La bancarrota nacional y el juguete de Felipe IV
COMANDANTE DE CABALLERÍA ABOGADO Y ECONOMISTAActualizado:Cuenta el historiador británico Geoffrey Parker en su libro 'El Ejército de Flandes y el Camino Español 1567-1659' que allá por el año 1614 le regalaron al joven príncipe de España, futuro Felipe IV, una colección de soldados de juguete, hechos en madera. Había regimientos y compañías, con sus diferentes banderas, armas y vestuario; había caballos y cañones para la artillería; incluso las diversas tiendas y pabellones de los armeros, vivanderos y barberos que acompañaban siempre a los ejércitos. No faltaban materiales especiales para la construcción de lagos artificiales, bosques y puentes de barcas, incluso había un castillo de juguete para que lo sitiara el 'ejército'. El constructor describía pomposamente en una publicación en español y en latín, que este era el primer juguete de esta naturaleza conocido en Europa. No sé si somos capaces de imaginar la magnitud y el coste del jueguecito, pero debemos pensar que debía ser grandioso, capaz de dejar sin palabra a cualquier niño, aunque fuera el príncipe de España. También cuenta el insigne historiador que al constructor Alberto Struzzi no le pagaron su trabajo, precisamente por orden del ya rey Felipe IV, hasta el año 1630, es decir, 16 años después del regalo y lógicamente alguno más desde que empezara su fabricación. La cosa no tiene gracia, es como si de mayor tuviéramos que pagar el tren que de pequeño nos pusieron los Reyes Magos. Desconocemos la penuria que sufriría Struzzi durante tan largo plazo, las innumerables gestiones que tuvo que hacer y los favores que tuvo que pedir en Palacio para que el Rey se conmoviera del constructor de su juguete y ordenara el pago del ¿regalo? de su padre. Nos imaginamos la desesperación de Struzzi hasta que logró cobrar su factura.
Cuatrocientos años más tarde, el Reino de España, incluida sus autonomías y sus ayuntamientos tarda en pagar a sus proveedores, como media, 280 días, más de nueve meses, incumpliendo su propia y reciente ley de morosidad, que la establece en 30 días, y aunque el paciente Alberto Struzzi hubiera dado por bueno el actual retraso, en pleno siglo XXI, esta forma de administrar un país desarrollado resulta absolutamente inaceptable. El problema es el mismo ahora que hace cuatro siglos. Cualquiera que se asome a la historia económica de España podrá comprobar que salvo breves plazos, es la historia de la bancarrota nacional. La prudente administración económica de la cosa pública nunca ha sido la ocupación favorita de nuestros gobernantes.
El concepto de deuda, tal y como se entiende hoy en día, lo crea Carlos I. El Emperador, quien contrató más de 600 operaciones de crédito, tuvo que firmar unos 'asientos' -obligaciones de hoy en día- en los que se estipulaba el dinero a devolver y los intereses. Cuando abdicó en su hijo Felipe II dejó las arcas públicas diezmadas, no antes de confesarle a su sucesor que «lo de la hazienda quedará tal que pasareys gran trabajo». A pesar de tan delicada situación, el mal llamado rey prudente, Felipe II, quintuplicó la deuda heredada y tuvo que suspender pagos en tres ocasiones, 1557, 1575 y 1597, alcanzando el dudoso honor de ser el primer monarca en toda la historia en hacerlo y en producir el primer gran Crack de la historia. España tiene el no menos dudoso honor de ser el país que más veces ha suspendido pagos. ¡Menudo récord mundial! Mantener un Imperio donde no se ponía el sol no era barato y las continuas guerras constituían una autentica hemorragia de las arcas españolas y, ni aún así, se pagaba regularmente a los ejércitos que sobrevivían con penurias y escaseces. La Real Hacienda dependía de los préstamos de los acreedores alemanes, holandeses y genoveses. Felipe IV, además de pagar su juguete, se vio obligado a declarar la suspensión de pagos del reino tantas veces como su abuelo Felipe II, en los años 1647, 1652 y 1662. Las crecientes necesidades de capital, así como la posibilidad de que el acreedor se viera involucrado en una suspensión de pagos incrementaban el tipo de interés. ¿nos suena esto a algo? La situación resultaba insostenible. Con el advenimiento de los Borbones se realizaron reformas y se modernizó el Estado, se disminuyó el déficit público a la vez que se obtenían los recursos necesarios para lograr sus propósitos, de forma que al finalizar el reinado Fernando VI había superávit. Una vez más la guerra, esta vez contra Francia, desequilibró el presupuesto llevando a nuevas suspensiones de pagos declaradas por Carlos II y Carlos IV. En el siglo XIX, con la emancipación americana y los efectos de la Guerra de la Independencia se volvió de nuevo a la senda del déficit crónico y creciente, obligando a Fernando VII a una nueva suspensión de pagos, que volvió a repetirse en 1866 bajo el reinado de Isabel II, principalmente como consecuencia del coste de la construcción del ferrocarril y de los convulsos acontecimientos de nuestro siglo XIX, todo ello unido al retraso industrial de la época.
Los problemas económicos de España no han sido exclusivos de la Monarquía, sino que también lo han sido del régimen republicano. La II República se centró más en los aspectos políticos que en los asuntos meramente económicos, por lo que en este aspecto, también fue un desastre. Diego Abad de Santillán dijo: «Si el Gobierno Negrín hubiese tenido que responder de su gestión política, económica y financiera habría tenido que terminar ante el pelotón de fusilamiento». Largo Caballero no se quedó corto y declaró: «El señor Negrín, sistemáticamente, se ha negado siempre a dar cuenta de su gestión, (.) de hecho, el Estado se ha convertido en monedero falso. ¿Será por esto y por otras cosas por lo que Negrín se niega a enterar a nadie de la situación económica? (...) Desgraciado país, que se ve gobernado por quienes carecen de toda clase de escrúpulos. (...) con una política insensata y criminal han llevado al pueblo español al desastre más grande que conoce la Historia de España». ¿Aprenderemos algún día a administrar bien la cosa pública?