La faena más difícil de la feria
Como era previsible, la corrida de Victorino tuvo personalidad y carácter suficientes como para preservar las diferencias
BILBAO.Actualizado:Se rompió una costumbre y la corrida de Victorino fue toda cuatreña. No saltó esta vez ese esdrújulo cinqueño asaltillado que suele dejar marcadas las corridas de Victorino. Para bien muchas veces. Pero no todas. La última prueba de Bilbao lo confirma.
Como era previsible, la corrida de Victorino tuvo personalidad y carácter suficientes como para preservar las diferencias. El segundo, que derribó a un picador sorprendido en ventaja, y se vino en oleaditas, fue el toro más incierto de la semana. Bien rematado, elástico, bello ese toro de seca guasa. No era sencillo estarse con él. Se estuvo tranquilo y dueño Diego Urdiales intentó estirarse pero no consintió el toro y abrevió con una buena versión del toreo de pitón a pitón rematada con un desplante.
Capricho fue echarse por delante los toros de más cara de cada lote. El primero de Padilla, que desigualaba por arriba una corrida muy variada, muy alto y sacudido, dio los 580 kilos, pero fue de darse poco: eje en las manos, reculadas, miradas al callejón, encogido sin romper ni defenderse tampoco. Listo y por eso no se encelaba. Padilla lo despachó con relativa facilidad, lo banderilleó como el que lava y, después de un pinchazo en hueso, cobró, la mano por delante, una estocada contraria. Un molinete de recurso fue la guinda de la faena.
El tercero, cárdeno degollado, abierto de cuerna, finísimas las mazorcas y puntas hizo la salida viva y fiera clásica del saltillo de la casa. Fue el de mejor son de los seis. Bolívar anduvo seguro y sin esconderse.
Aplaudieron en el arrastre al toro. Y al cuarto, que fue igual de bueno; y al quinto, que, reservón y agarrado al piso, fue tela marinera. Encastado y difícil. Los riesgos que corrió con él Diego Urdiales fueron más que notorios, porque, alta la cara, inquieto, duro de manos y casi tan mirón como el segundo, el toro lo puso muy caro. Fue, entonces, la faena más difícil de la semana. Conmovedor el encaje del torero de Arnedo. Ni un renuncio, ni una duda. Espléndido el momento en que Diego ligó el natural con el de pecho; y una tanda en redondo ajustadísima y rimada; un cambio de mano, y el toro, que le había tirado ya dos hachazos sin llegarle, protestó; un desplante de verdad, de orgullo legítimo; una igualada costosa; y, en fin, a plaza volcada, un pinchazo que patina sobre un hierro, Diego que sale con la taleguilla en jirón entre la ingle y la banda de bordados, otro pinchazo, una gran estocada letal; y voló el premio mayor. Aclamada vuelta al ruedo. Contó un detalle mayor: a la verónica le había pegado Diego al toro en el recibo cinco lances de alta escuela.
Padilla anduvo a placer más o menos con el cuarto, pero sin meterse nunca del todo con él. Para toros agradecidos, éste, sangrado en tres puyazos dosificados, pero tres puyazos al cabo, no tan claro en banderillas y, en cambio, pronto y ligero en la muleta, que Padilla puso de señuelo. No siempre picaba el pez. Otra estocada, petición muy raspadita, la gente de Padilla feliz, regaloso el palco y una vuelta al ruedo como las de los legionarios romanos después de campaña.