Bravura y nobleza de los Torres Gallego
Pablo Belando y el debutante José Monje cortan oreja en el último festejo de la temporada portuense
EL PUERTO.Actualizado:Una enrazada y noble novillada de Torres Gallego, plena de entrega y movilidad, puso digno broche a la temporada taurina de El Puerto. Lástima que no encontrara la justa correspondencia en la labor de una terna, poco placeada, que evidenció con creces su inexperiencia ante tan buen material.
Abrió plaza un novillo de embestida seria y encastada, codiciosa, con pies y agresividad, que fue parada con unas verónicas sin demasiadas apreturas por el murciano Pablo Belando, en cuya labor resultó desarmado en dos ocasiones. Tras recibir el de Torres Gallego una vara trasera y quitar el novillero por chicuelinas, inició éste el trasteo con unos decididos doblones por bajo. Estampó después varias tandas de derechazos ligados, en los que el novillo se reveló como un animal noble y de largo recorrido en su acometida. Menor acople poseyeron sus intentos de toreo al natural, en el confuso contexto de una faena voluntariosa pero carente del ceñimiento y la profundidad que el buen ejemplar demandaba. Con dos pinchazos y un descabello se deshizo de su primer enemigo.
El cuarto de la suelta fue un encastado y bello utrero de capa sarda, que también recibió un fuerte castigo en el caballo y llegó berreón y sin muchas fuerzas al tercio final. Pero con gran fijeza y vibrante acometida. Más pausado Belando que en su anterior oponente, consiguió algunos pases meritorios aunque carentes de la ligazón y continuidad necesarias para que la obra resultara redonda y cuajada. Refrendó su labor con una buena estocada que le valdría el corte de un apéndice de tan buen animal.
Alberto Pozo recibió a su primero mediante unos lances con el compás abierto, en los que perdió el capote al rubricar con la revolera final. El propio espada protagonizó el tercio de banderillas, que se compuso de cinco pares de rehiletes, dos de ellos fallidos, prendidos sin excesivas apreturas y sin ninguna brillantez.
El novillo mostró una gran nobleza, sólo condicionada por la permanente tendencia a echar la cabeza arriba. Alberto aprovechó tan boyante circunstancia para esbozar enredadas tandas de naturales y redondos, con cites siempre al hilo del pitón, en una faena gris que nunca alcanzó el vuelo deseado. Acelerado se mostró en su labor capotera ante el castaño que hizo quinto, compuesta por verónicas de brazos muy abiertos y por un quite de lances a la navarra. Mejoró en su función banderillera, en la que clavó tres pares al cuarteo con limpieza y certera reunión. El novillo, noble y repetidor, mostró las carencias artísticas del albaceteño, que nunca se entendió con él, no acertó con las distancias adecuadas y citó siempre fuera de cacho. Con un pinchazo y una estocada baja puso fin a su labor.
Certera estocada
Se presentaba José Monje como novillero con caballos e hizo acto de presencia en la plaza con unas verónicas de recibo a un repetidor enemigo, en las que mostró cierta rigidez en el juego de brazos. Perdonable actitud ante compromiso de tanta responsabilidad. Después, más relajado, quitó con dos chicuelinas y una revolera de airosa ejecución. El novillo recibió una fuerte vara en su encuentro con el caballo, tras la que perdió gran parte de su brío inicial y llegó al tercio de muerte con una tracción menoscabada y con una embestida corta y poco humillada. El jerezano dibujó ante él un trasteo voluntarioso y desigual, donde destacaron unos naturales postreros en los que ofrecía con ortodoxia el pecho en los cites e intentaba otorgar profundidad y cadencia a los muletazos.
Dos varas en toda regla, traseras y alevosas, recibió el encastado pero mansote utrero que cerraba la novillada. El animal llegó al último tercio con la clara tendencia a salir suelto de la franela que le presentaba Monje, que anduvo un poco a la deriva en sus frustrados y continuos intentos de recogerlo. Una certera estocada puso broche a su labor y a la temporada.