Cayetana por montera
Actualizado:Con ochenta y cinco años cumplidos se encamina a su tercera luna de miel y consiguiente noche de bodas. Cayetana de Alba, terrateniente y Grande de España, contrae con un simple funcionario y ha cazado a su hijo mayor para que le preste el brazo de camino al altar. Desde que abriera sin complejos la veda del botox, hace casi veinte años, no ha dejado de pasmar al respetable. Muchas de las que entonces se escandalizaron por el súbito relleno de su rostro de maja con el producto milagro que venía de Brasil se han rendido después en los brazos del mismo cirujano, incluida su única hija.
En vida de Franco y en plena censura de costumbres Cayetana de Alba no tuvo empacho en unirse en matrimonio a un exjesuita secularizado que para más inri presumía de marxista con sus amigos 'progres' paseando entre cuadros de Goya en el palacio de Liria. Ahora los jornaleros ya no ocupan las fincas de la duquesa y la España cainita en lugar de pedir su cabeza pide el 'Hola' para seguir sus andanzas y el desahogo con que se pone el mundo por montera. Siempre por delante o al margen de las modas ella vive con normalidad las paradojas y se come crudas las contradicciones como, por otra parte, ya hacía la aristocracia desde la Edad Media. Pero en lugar de mantener una doble vida, Cayetana ha decidido retransmitirla en directo. Ella es así.
Ahora abre la veda de los matrimonios tardíos en un país donde muchos amores de senectud se viven en la clandestinidad de las residencias de ancianos o haciendo manitas en los autobuses del Inserso. Pero ella ha marcado el camino a las viudas atormentadas por la presión de los hijos que se rasgan las vestiduras ante la insinuación de un matrimonio tardío. La receta de doña Cayetana ha sido magistral; repartir la herencia. Doña Cayetana no ha tenido recato en poner en evidencia a su prole y demostrar que su veto tenía un precio. No un precio moral o ético sino un precio tasado en millones. A cien por hijo el último capricho le ha salido por la minucia de seiscientos millones de euros. Pero ella ya ha demostrado que una octogenaria no tiene por qué privarse de lucir bikini, de entregarse sin medida a la ropa más llamativa, de viajar a Florencia con su novio, de poner su hamaca donde le plazca y de casarse 'in extremis' si le apetece.
La inminente boda de Cayetana y Alfonso es algo más que un enlace entre la dama y el vagabundo o un matrimonio de papel cuché. Millones de ojos con muchas patas de gallo a sus espaldas no perderán ripio de esta revolución de costumbres que encabeza la descendiente del Duque de Alba y otros conquistadores. Porque con la libertad que conquista Cayetana muchas mujeres se sentirán también con ánimos para reclamar su parcela de felicidad y, pese a arrugas, achaques y años, el derecho a ponerse el mundo por montera.