
Los rebeldes se niegan a negociar
Los milicianos no quieren ni oír hablar de Gadafi, mientras avanzan hacia su localidad natal
TRÍPOLI. Actualizado: Guardar«No tenemos nada que negociar con Gadafi y su familia». Los representantes del Consejo Nacional Transitorio (CNT) desplazados a Trípoli repiten la misma respuesta de forma automática una y otra vez. La llamada del portavoz del régimen Musa Ibrahim a la agencia Associated Press (AP) ofreciendo la posibilidad de un diálogo para poner fin a la guerra fue rechazada frontalmente por los dirigentes de la nueva Libia. Ibrahim, la cara más conocida del Gobierno en los últimos meses, también aseguró que el dictador no había abandonado un país donde todas las miradas se giran en las últimas horas hacia Sirte, su localidad natal.
Unidades rebeldes avanzan desde el este, donde ya se han hecho con el control de Bin Yauad, y oeste. Desde el aire la OTAN sigue dando la cobertura a los milicianos que tratan de negociar la rendición de Sirte sin tener que llegar a las armas. «Nuestro objetivo no es el derramamiento de sangre, sino la liberación. No queremos más sangre, especialmente la de civiles, niños, ancianos y mujeres, pero ya no podemos dar marcha atrás», explicó el comandante rebelde, Salem Mufta al-Refaidy, desde su cuartel general de Bengasi.
Mientras comienza a cerrarse el cerco sobre Sirte -los mandos rebeldes calculan que podría caer en el plazo de diez días si antes no se cierra un acuerdo con las tribus locales que siguen mostrando lealtad al régimen-, prosigue la búsqueda del líder libio y su familia. En los últimos días han surgido todo tipo de rumores que le situaban en Argelia, Chad o Zimbaue, pero ninguno ha podido confirmarse. El dictador se queda solo y ayer fue la Liga Árabe la que se sumó a la lista de países y organismos en reconocer al CNT como Gobierno legítimo. «Sirte aguanta porque Gadafi cuenta con unos 9.000 fieles armados, entre familiares del clan y voluntarios a sueldo. Esa es la clave y no será sencillo que acepten el nuevo orden porque tienen miedo de posibles venganzas», aseguraba un mando rebelde a las afueras de Trípoli mientras supervisaba la salida de milicianos hacia el nuevo frente que está a punto de abrirse.
En los barrios periféricos de la ciudad se descubren cada día nuevos arsenales de armas que el régimen había retirado de las bases para camuflarlos en casas de civiles, «hay que dar con ellos rápido porque de lo contrario son los ciudadanos los que vacían las cajas y la ciudad se está llenando de gente armada», alertaba el mismo mando, que explicaba que el CNT ha empezado a enviar mensajes de texto a los ciudadanos para pedirles que dejen de disparar al aire por las calles. El problema es que estos mensajes apenas llegan a su destino por los problemas que sufren las comunicaciones en los últimos meses.
Sin gasolina
En Trípoli los vecinos comienzan a superar el miedo y las casas del dictador y sus allegados se han convertido en parques temáticos donde entran familias enteras se llevan todo lo que encuentran. «Estará escondido bajo tierra como las ratas, es un cobarde y lo está demostrando. Yo he recogido esta túnica suya y pienso orinar en ella cada día del resto de mi vida, ¡por fin somos libres!», grita un anciano doctor en la segunda planta de una villa del dictador en Bab el-Aziziya. Está acompañado de su hija, que lo único que ha podido salvar entre el montón de papeles son unas fotografías del líder con sus hijos. Cristalería, vajillas, televisores, sillones, cables, lámparas y hasta grifería, en pocos días solo quedarán las paredes. Tras una semana en manos rebeldes Trípoli comienza a asomarse a la nueva era, poco a poco se expresan las manifestaciones de alegría, la gente reabre las tiendas y empieza a disfrutar de las primeras jornadas sin el peso de cuatro décadas de dictadura.
La nueva era comienza con la alarma de crisis humanitaria lanzada por el Consejo Nacional Transitorio. La ciudad sigue sin luz ni agua y cuesta mucho encontrar combustible. Una treintena de barcos espera en aguas de la capital poder entrar al puerto a descargar ayuda humanitaria y el CNT hizo un llamamiento a los operarios del puerto, así como a los de refinerías, plantas eléctricas y de agua, para que se reincorporen a sus puestos de trabajo cuanto antes para recuperar la normalidad. Lo que falta también para que la actividad económica se reactive es el regreso de los millones de extranjeros que trabajaban en el país antes de la revolución y que siguen huyendo cada vez que tienen la oportunidad.
La toma del paso fronterizo de Ras Jadir puede aliviar la situación de la capital. Situado a apenas dos horas en coche de Trípoli, este es el camino más directo para acceder al país desde Túnez y se convertirá en las próximas horas en una de las vías de suministro clave. «El problema ahora es la falta de gasolina, este es un país sin transporte público donde todos dependemos del coche y necesitamos que el suministro y los precios vuelvan a la normalidad», asegura Nasser Hamed, dueño de un supermercado de Abu Salim, último bastión gadafista en la capital que fue liberado el viernes a media tarde.