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Colas y estanterías vacías
Los ciudadanos hacen acopio de los productos básicos mientras los funcionarios les conminan a abandonar la ciudad Las radios, las linternas y las baterías se agotan en Manhattan
NUEVA YORK. Actualizado: GuardarDesde el viernes era imposible encontrar una radio de pilas en Manhattan. Detrás, en la lista de existencias agotadas, destacaban las linternas, los cargadores solares y las baterías adicionales para teléfonos móviles, pero le seguían de cerca las pilas comunes, las velas y el agua. Dos alertas más como esta y EE UU remonta el parón de crecimiento que tiene aburrida a la economía, porque al menos los consumidores estaban de vuelta. «Esto qué es, ¿la cola del huracán?», exclamó horrorizado un hombre al entrar en la tienda.
«Yo le he dicho a mi marido que me compre un buen filete para Irene», bromeaba zalamera Rosa Miraber, una jubilada puertorriqueña, «que quiero tener algo que ponerle para cuando llegue». Su marido tenía otras ideas. «No, que le vas a dar más fuerza, mujer». Lo más probable es que los filetes que Whole Foods vendiera esa noche no fueran para Irene, sino para las barbacoas que todos piensan sacar al balcón cuando 'Con Edison', la empresa que suministra la luz, cumpla la amenaza de cortarla, pero la cadena de supermercados biológicos estuvo abierta toda la noche y las colas no amainaron.
Rosa y su esposo Walter acabaron en la del autobús camino al albergue, porque después de tres visitas de los funcionarios del Ayuntamiento conminándoles a evacuar, bajo amenaza de estar violando la ley si se quedaban, lo que les convenció fue la perspectiva de quedarse atrapados sin ascensor, agua ni luz en un piso 13. «¡Y qué bulla te mete esta gente! No he podido ni estirar la cama», protestaba la mujer de 76 años.
La propia naturaleza había ayudado a los funcionarios en su labor de convencimiento con la advertencia que lanzase el martes el terremoto de 5.9, que hizo a muchos conscientes de la fragilidad de los rascacielos. «Mi cama se mecía como una hamaca», confesó Rosa.
Pero en Wall Street los analistas se regodeaban con las perspectivas. Irene había tenido el buen tino de llegar en fin de semana y marcharse a tiempo de que el lunes reabran los mercados con plena normalidad.
El pánico colectivo aligerará los inventarios de las empresas, en una economía peligrosamente estancada, y lo único que les preocupaba era lo que tendrían que pagar las compañías de seguros si resultaba tan devastador como se anticipaba. Pero con suerte, reflexionaba un analista, «no será para tanto y les dará oportunidad de subir las primas».