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Es posible que solo merezcan llevar uniforme quienes no creen demasiado en los uniformes

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Cuando éramos niños, aparecía siempre un policía municipal cuando jugábamos a la pelota en un sitio en el que estaba prohibido jugar a la pelota. La prohibición de jugar a la pelota, por cierto, es un asunto al que podría haberle sacado mucha punta un humorista de cuerda moralizante como Jonathan Swift, por ejemplo, con reducción al absurdo incluida: una autoridad declara prohibido jugar a la pelota y transmite la orden a sus subordinados, que a su vez encargan la elaboración de un cartel en el que se indique que en tal sitio está prohibido jugar a la pelota, bajo multa de tanto, y alguien cuelga ese cartel en un muro, y luego los agentes de la Policía se dedican a vigilar el cumplimiento de la prohibición. Por suerte, los policías municipales de mi infancia eran gorditos y supongo que fatalistas, metidos a la vigilancia de los peloteos clandestinos por no haber encontrado otra cosa mejor en la que meterse. Los veíamos llegar y salíamos pitando. Se iban y volvíamos a lo nuestro. El ritual era ese. De vez en cuando, confiscaban alguna pelota, pero no era lo normal, porque tampoco eran muy partidarios de correr, y menos que ninguno el cabo Rufino, que tenía una pierna paralizada por la polio.

Las cosas han progresado mucho y, hoy por hoy, un policía municipal puede ser un experto en artes marciales y lucir una musculatura barroca de culturista. Con agentes así, por nada del mundo te arriesgarías a jugar a la pelota en un lugar prohibido, porque lo mismo acabas teniendo que tragarte la pelota. Eso, ya digo, sin salir del ámbito municipal, porque a escalas mayores tenemos a esos policías antidisturbios que parecen figurantes de una película de ciencia-ficción, con su aspecto de irse a luchar a otros planetas, o incluso de venir de alguno de ellos en régimen de invasores indestructibles y sombríos, mitad humanos y mitad robóticos.

Hace unos días, a unos policías de esos se les fue la mano. Venían de repartir leña, calentitos. Una adolescente pasó junto a ellos y les acusó de violentos. Se ve que les cayó mal el insulto y la emprendieron a golpes con la chiquilla. Es una reacción comprensible: te acusan injustamente de ladrón y lo primero que se te ocurre, para descargar tu ira, es irte a atracar un banco.

Los uniformes tienen su peligro. Te ponen un uniforme de tipo militar y lo mismo te da la ventolera de invadir Polonia. Por esa razón, es posible que solo merezcan llevar uniforme quienes no creen demasiado en los uniformes, quienes comprenden que un uniforme no otorga autoridad, sino humildad; quienes comprenden, en fin, que un uniformado es un servidor y no un represor. A quien no entienda eso hay que quitarle el uniforme de inmediato, para que no pierda el sentido básico de la realidad, aunque en esa realidad se prohíba jugar a la pelota.