El paraíso de la contemplación
Big Sur, la lengua de acantilados en la que vivieron Henry Miller y Jack Kerouac, sigue atrayendo a todo tipo de artistas
Actualizado:"El destino de uno nunca es un lugar, sino una nueva forma de mirar las cosas", escribió Henry Miller cuando llegó a Big Sur. Los 140 kilómetros de acantilados a los que nadie ha sabido poner fronteras se esconden entre alguna parte de Monterey y San Luis Obispo, o, por acotar más, entre la bahía de Carmel y el parque natural de San Simeon, donde William Randolph Hearst se construyó su épica mansión.
Más que un lugar, Big Sur es, como anhelaba Miller, una manifestación de la naturaleza tan abrumadora que se transforma en una cura de humildad. Los egos más cultivados caen de rodillas al pie de las montañas de Santa Lucía y se entregan a la contemplación más profunda por la que es conocida Big Sur. Es como si la niebla, que invariablemente cae sobre los acantilados en los amaneceres de verano, succionase de golpe la charlatanería de nuestras mentes y nos enfrentásemos a la ausencia de nosotros mismos, frente a la majestuosidad un poco lúgubre del Pacífico Norte.
El autor de 'Trópico de Cáncer' asegura que Big Sur fue el lugar donde aprendió a decir 'amén'. Otra de las plumas brillantes que se encontraron a sí mismas en estas montañas fue Jack Kerouac. Había volado a San Francisco para huir de la fama y de los fans que le acechaban a la puerta de su casa en Long Island, pero cuando llegó a Big Sur se sintió tan sobrecogido por su grandeza que se atrevió a enfrentar su alcoholismo y verter todos sus demonios en las páginas del libro al que llamó 'Big Sur', como también hiciera Miller.
Orson Welles y Rita Hayworth quedaron tan impresionados con la belleza cinematográfica del lugar que se compraron una cabaña allí mismo en pleno arrebato de amor. No llegaron a dormir en ella ni una sola noche, porque si algo caracteriza a Big Sur es su ubicación remota, de difícil acceso. Hasta los años cincuenta, las pocas casas de la zona ni siquiera tenían luz electrica y hoy, cuando todavía viven apenas unas mil personas, buena parte del año queda medio aislado por los derrumbamientos sobre la carretera 1, que bordea los acantilados más altos de Estados Unidos dentro del continente. No hay comercios ni centro alguno, todo lo que se necesite tiene que venir desde Monterrey, lo que sube el precio.
Joan Baez y los escritores de la 'generación beat' le imprimieron al lugar ese aire bohemio y solitario que todavía atrae a todo tipo de artistas en busca de la escurridiza inspiración, pero son los templos del alma los que han echado raíces en esta lengua de costa con clima suave, que ni en agosto sube de los 25 grados.
Un monasterio católico, un centro budista y el instituto Esalen, eje de la 'new age' desde los años sesenta, se reparten con la naturaleza el trabajo de transformar las conciencias. En los tiempos que corren, el privilegio de la soledad en los parajes más agrestes se paga caro. Las casas se valoran en millones de dólares y, de los ocho hoteles consultados, dos alcanzan precios astronómicos que pasan de los 2.000 dólares la noche. En el resto no quedan plazas, así que toca coger la última habitación compartida que Esalen tiene disponible esa noche.
Frente al lujo refinado del entorno, en Esalen (www.esalen.org) los huéspedes se hacen la cama a precio de hotel, y aunque sus aguas termales inviten al descanso este no es un centro de recreación sino de transformación personal y social. Su acercamiento laico a la filosofía oriental como complemento de la psicología, la integración de la naturaleza en la transformación social y la inseparabilidad de la mente en el estudio del cuerpo han creado un ambiente único para "la exploración del potencial humano", dice la hoja de bienvenida. Entre sus laderas verdes igual es posible bañarse desnudo en las fuentes termales, excavadas en piedra sobre los acantilados del Pacífico, que sanar los traumas de la infancia a través de la hipnosis o desbloquear la energía truncada sobre lienzos y pinceles, amén de aprender sobre negocios sostenibles o derechos humanos.
Dylan y Springsteen
Sus fundadores, hijos privilegiados de Harvard y Standford fascinados por la India, intentaban elevar el pensamiento por encima de las limitaciones del mundo académico sin caer en el dogmatismo. En sus colinas con vistas al mar han enseñado escritores como Susan Sontag, Carlos Castaneda o Deepak Chopra y la cantautora Joan Baez, que inspiró su festival de folk, en el que han tocado Bob Dylan, Bruce Springsteen, George Harrison, Paul Winter y una larga lista de nombres de los que marcan época.
Durante medio siglo Esalen ha estado a la vanguardia, pero ahora siente la necesidad de actualizar sus instalaciones y recuperar el paso frente al liderazgo urbano de la moda verde que barre la costa oeste. La encargada de hacerlo es Kat Steele, una experta en permacultura y sostenibilidad que el centro robó hace cuatro años al Instituto de Artes y Ecología de Occidental. Su labor es preservar el milagro de vida en un lugar santo para las tribus que hace un siglo oficiaban ceremonias en estas aguas termales. El santuario marino a sus pies es una ruta de ballenas sobrevolada por los últimos cóndores.
No es que esté todo por hacer, pero con San Francisco a sólo tres horas el afán de superación es más acuciante. Esalen quiere ser modelo de negocio sostenible en su comunidad y ha empezado por el huerto que procura entre el 50 y el 80% de todas las frutas y verduras que se consumen en su restaurante. Son unas 900 comidas diarias que, de otro modo, generarían una ingente cantidad de cajas y embalaje. Los frondosos jardines que espabila la niebla se riegan con las aguas grises que purifica el ingenio de la Máquina Viviente, un sistema subterráneo controlado por un sofisticado panel de mandos que hace correr el agua de los tanques sépticos 16 o 18 veces al día por un filtro de plantas naturales donde los microrganismos digieren las bacterias. El resultado son 26.500 litros de agua diarios que pueden ser reaprovechados, aunque solo necesitan la mitad.
Esalen reutiliza la energía geotérmica de sus aguas termales para las duchas, recicla diariamente en abono 1.500 kilos de desperdicios de alimentos y restaura el equilibrio del paisaje con plantas nativas resistentes a la sequía, a las que ayuda a abrirse paso entre las especies invasivas que absorben toda el agua. Algo que puede o no impresionar a los destacados líderes ecológicos que se dan cita en sus salones, entre los que este mes se encuentra Van Jones, el zar del empleo ecológico que Barack Obama contrató al principio de su gobierno. Pero Steele, como Miller, sabe que el destino no es lo importante, sino el camino. "Llevamos en esto cincuenta años y entendemos que estamos sólo al principio", defiende con la humildad que impone Big Sur.