Victoriano del Río, un sonado tropezón
Fiasco parcial pero indisimulable del ganadero de Guadalix en su debut en Bilbao. Dos toros nobles no son paliativo. Asomo de un Juli nuevo
BILBAO. Actualizado: GuardarNunca había lidiado Victoriano del Río en Vista Alegre y se esperaba una corrida de Bilbao. Pues no: ni de Bilbao ni de Logroño. Bastante armada, pero ni honda ni hecha ni cuajada ni en tipo.
Es lícito que un ganadero se alumbre con dos hierros, pero en un debut en Bilbao el protocolo exigía una corrida completa de seis de uno de los dos: el que estaba anunciado. El toro que vino de complemento, con el segundo hierro, el de Toros de Cortés, no dio más talla que la de la alzada: era muy alto. Pero no tenía trapío.
El toro del estreno llevaba en la cara -es decir, la cuerna- el perfil astifino de los que se crían cautivos de las fundas. En casa de Victoriano del Río hace una década se puso justamente en práctica la invención de las fundas que protegen los pitones. Mazorcas cuasi raquíticas, palas largas y abiertas, aguadañadas.
Fue toro trotón, abanto, Ponce le pegó unos cuantos capotazos de doma. Dos puyazos: la pica enhebrada tras el primero; y un quite de El Juli por chicuelinas, tres, espaciadas, porque se iba el toro y soplaba el viento. Un toro sin mayor misterio. Antes de los diez viajes ya se había rajado y enfilado la puerta de toriles. En tablas y a favor de querencia, perdiéndole pasos, Ponce lo pasó de acá para allá. Y le pegó hasta dos molinetes de entrada sueltos. Un pinchazo en la suerte contraria, una estocada ladeada, un descabello. Se supo entonces que acababa de colgarse el cartel de 'No hay billetes'.
El segundo, acucharado, salió algo distraído. El Juli lo tanteó antes de estirarse en tres verónicas de corto vuelo y frío eco. En un burladero del callejón, junto al alcalde de Bilbao, estaba sentado El Viti. Cincuenta años de alternativa y de la presentación en Bilbao recién cumplidos. Reluciente cabellera cana, transparente torería. Aura de torero grande. Le brindó El Juli la muerte del toro. Perera y Ponce iban a hacer lo mismo en los turnos siguientes. Torero de toreros: por ética y estética. Y torero de Bilbao.
Este toro del brindis ni fue de Bilbao ni dejó de serlo. Solo dos de los seis de envío tuvieron buen aire. Éste segundo y el tercero. El Juli se enroscó en una bonita trenza de apertura, muy de su repertorio escolar, se abrió al tercio, le puso firmes al toro sin llegar a embraguetarse pero tirando de él y, en una tanda de tres en redondo ligados tras cambio de mano con un natural, se dejó ir con tal ángel que todo lo que se había visto antes y lo que vino a verse después pareció, por previsible y por visto, de menor categoría.
Destreza
Y un aviso: eso es lo que ahora se quiere de El Juli, y lo que el propio Julián pretende. A menos, el toro acabó metiendo la cara entre las manos pero sin descolgar. Buenos muletazos previos de igualada, pero no se cuadraba el toro y a El Juli le costó pasar con la espada. Un pinchazo, media trasera, un descabello.
El tercero fue el de más claro empleo. De los dos que pretendieron salvar el honor de la divisa, éste fue el que lo hizo con mejor son: de menos a más, noble, fijo en los engaños, repetidor. Vertical, encajado, Perera lo tuvo en la mano siempre. En faena rigurosa y monocorde que solo estalló a última hora cuando Perera se metió en el bucle de los cambios de mano, el toreo cambiado ligado con el natural enroscado, el de pecho, la planta enterrada, la suerte cargada, el peso todo en el de pecho que remató tanda. No hubo remate con la espada. Ni fe para empujarla. Estaba por decantarse media botella cuando saltó un cuarto toro altón y con maneras de manso: las antenas puestas, protestas y miradas, se vino al pasito a engaño pero sin hacer por él, adelantaba y se quedaba delante. Ponce tuvo la feliz idea de abreviar. No fue mejor el quinto, con la pinta salpicada tan característica del fondo gran reserva de Victoriano del Río.
Zancudo, fuera de tipo, sin ninguna fijeza, de soltarse de engaños y echar la cara arriba, de quedarse colgado a mitad de viaje y de enfocar más a El Juli que al reclamito que El Juli llevaba en la mano: una muleta minúscula. Viajes al paso, no embestidas. Parecían escocer las banderillas, algo delanteras. No se aburrió El Juli, firme y seco. Y una estocada al salto inapelable.
La gente protestó la presencia del sexto y sus malos apoyos, como de toro descoordinado o derrengado, que se sentó dos o tres veces, claudicó otras tantas.