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CITA IMPOSIBLE

BARBARA HUTTON

ENRIQUE PORTOCARRERO
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Me cité nostálgicamente con el recuerdo de Barbara Hutton, la pobre niña rica, la multimillonaria de gastos extravagantes y fiestas míticas, en el silencio triste y solitario de su casa en Tánger, el Palacio de Sidi Hosni, un blanco y luminoso edificio que se desparrama por la Kasbah. Pero allí no sonaba ya la música dentro, salvo el silbido del viento procedente del Estrecho, que corría por sus patios ahora desiertos o por sus maderas de cedro bien labradas, también decadentes como el recuerdo evanescente de aquellas fiestas tan excesivas como exquisitas. Tan excesivas como la exageración de colocar treinta camellos en fila para que recibieran a los invitados, muchos de ellos aristócratas y apócrifos miembros de casas reales inexistentes. O tan exquisitas como para mezclar el charleston con la danza del vientre, el cous-cous con el caviar o el smoking y las túnicas bordadas y la sopa harira con las babuchas de cuero curtido y los dátiles rellenos de haschis. Tampoco sonaban ya las risas alegres, ni la euforia del champán o la vana felicidad de las noches excitantes en el Palacio Sidi Hosni, donde la «pobre niña rica» Barbara Hutton le compró un título de alteza real a un príncipe indonesio, como regalo a su último marido, un don nadie llamado Raymon Doan, al menos si se le compara con otros maridos más famosos como Porfirio Rubiosa o Gary Grant. Que la nostalgia triste del Palacio de Barbara Hutton sea ahora el fiel reflejo de la decadencia, la ruina y el abandono en el que murió Barbara Hutton no sorprende demasiado. Y mucho menos, claro, esa inscripción maravillosa de una cita de Flaubert en una cajita de turquesa y opalina que dicen perteneció a la millonaria: «Las tres condiciones esenciales para la felicidad son: Ser estúpido, egoísta y tener buena salud».