¿Ha habido una guerra en Libia?
El desmoronamiento del régimen de Gadafi se ha debido a una "rebelión" de una parte "sustancial", "concreta" y "definible", de la sociedad
MADRIDActualizado:La chusca afirmación atribuida a un mariscal napoleónico según la cual “la guerra es como las mujeres, no hay dos iguales” es de fácil aplicación a la situación que prevalece en Libia si se acepta que ha habido allí una guerra.
Si se responde afirmativamente, se trataría de una guerra civil, pero en tal caso no resistiría la comparación con, por ejemplo, las guerras civiles en los Estados Unidos (1861-65) o en España (1936-39) dos ejemplos clásicos que han suscitado innumerables monografías.
Como tampoco ha habido una invasión extranjera y la gran mayoría de los ciudadanos libios ha estado al margen de los combates, hay que concluir que se ha tratado de una rebelión contra el régimen de una parte sustancial, concreta y definible, de la sociedad, la sedicente oposición motivada por la “primavera árabe” y, concretamente, por lo sucedido en Túnez, su vecino.
La democracia por otras vías
Teóricamente, unas elecciones genuinas, enteramente libres y bajo control internacional, podrían haber dado el mismo resultado: el cambio del régimen. Pero además de que Gadafi y su clan no favorecían una hipótesis tan benévola (el general Pinochet corrió el riesgo, organizó un referéndum y lo perdió) no es por completo seguro que hubiera conocido un desenlace tan claro.
La atmósfera creada por la efervescencia imparable en Túnez y Egipto, su otro vecino, al este, fue decisiva: hizo creíble el triunfo del empeño popular democrático y confirmó la condición oficiosamente exportadora del imparable movimiento democratizador. La virtud, se ha dicho muchas veces, también es contagiosa.
La respuesta oficial al cambio, que triunfó en seguida en el viejo bastión de la oposición, Bengasi, fue de una pobreza ofensiva: de “ratas” calificó a los rebeldes Gadafi desde el principio mientras no ha pasado de ofrecer, vía su hijo Saif al-Islam, un impreciso diálogo nacional por la reforma. Incapaz por formación, pero también por temperamento, de imaginar siquiera el fin de su régimen, Gadafi se va con él, vivo o muerto, eso es ahora lo de menos.
Las inquietudes de mañana
El vacío institucional y la ausencia de práctica constitucional-demócratica son tales que hay legítimas aprensiones sobre cómo podrán gestionar la victoria los vencedores, una oposición dispersa, sin programa, sin ideología concreta y sin un líder reconocido. La OTAN entiende pasar su batuta a la ONU, especializada en procesos constituyentes y fundación de Estados y su secretario general, Ban Ki-mun, ya ha mostrado su disposición al respecto.
Hay indicios preocupantes, como represalias ejercidas por los vencedores sobre civiles del campo perdedor, duramente criticadas por quien hasta nuevo orden es cabeza visible del “Consejo Nacional de Transición”, Mahmud al-Jalil, un antiguo ministro de Justicia de Gadafi cuyo mérito principal parece haber sido el de pasarse a la rebelión con rapidez.
Se ha escrito que los norteamericanos si no lo escogieron lo respaldaron, y se recuerda la recomendación de Hillary Clinton al respecto. Pero también se recuerda la poca fortuna de los servicios norteamericanos al escoger en el pasado a otros líderes, Ngo Din-diem en Vietnam o Hamid Karzai en Afganistán… Sea quien sea, le aguarda una tarea inmensa: la de crear una Libia nueva y liberal-democrática a partir de tradiciones clientelares y una base social tribal.