Sobre el vino
Actualizado: GuardarHoy recordaba cómo, en cierta ocasión, estuve discutiendo con un buen amigo al que ya perdí acerca de la preeminencia del vino sobre la cerveza, que él no quería admitir. «El vino es bebida noble», decía yo, «mientras que la cerveza es cosa de plebeyos». He de decir que en ese momento yo hacía tales afirmaciones más que nada para provocarle, para armar una divertida e intrascendente polémica de viernes por la noche y bar de copas. Eran dos de las actividades que más nos gustaba hacer: polemizar y reírnos de la polémica a renglón seguido.
Pero unos días más tarde estuve en un cortijo por la carretera de Morabita. Sobre un cerro de mediana altura, la casa de labor dominaba un extenso paisaje de viñas y de albero. Recuerdo que estaba el cielo redondo y despejado. El sol de principios de otoño, el más agradecido del año, sacaba sorprendentes brillos de los terrones blancos. Y fue como una inspiración. Supe, mirando aquel campo ya fuera de sazón, las cepas ya sin fruto, las hojas que habían empezado a ajarse, que el vino es otra cosa. De un paisaje como aquél tenía que salir, forzosamente, una bebida un punto superior a las otras. Una a veces no sabe explicar sus debilidades y sus pálpitos. Se confabulan ciertos detalles (una combinación de colores, un perfume sutil en el aire, un inesperado silencio...) y se llega a conclusiones arriesgadas o inconvenientes. Yo, en ese instante, me reafirmé (y no lo dije en voz alta porque me quedaba un resto de pudor y de respeto por las opiniones ajenas) en que ni cerveza, ni ron, ni whisky, ni gaitas. Que el vino estaba en otro nivel. Que dónde iba a parar.
Hoy, acordándome de mi amigo, me recreaba otra vez en ese sentimiento entre chauvinista y soberbio. Había bebido unas copas (de vino). Pero eso es solo la excusa.