Editorial

Una visita histórica

El balance de la JMJ presidida por el papa no puede ser más satisfactorio para la Iglesia

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Durante unos días en los que el clima caluroso en absoluto invitaba a estar en Madrid, alrededor de dos millones de personas han participado con entusiasmo en los intensos actos de la Jornada Mundial de la Juventud. La capacidad de convocatoria de Benedicto XVI, un papa de edad avanzada, salud frágil e inclinación sobre todo intelectual, ha desbordado las previsiones optimistas. Fiel a su trayectoria, el papa ha proclamado el evangelio con toda su radicalidad y esperanza, ofreciendo a los miles de jóvenes venidos de todo el mundo una visión exigente y muy positiva de la vida del hombre iluminada por la fe católica. También ha multiplicado los gestos hacia los enfermos y los más necesitados y ha dialogado como un experimentado hombre de Estado con las autoridades españolas. El balance de esta visita para el Vaticano y para la Iglesia española no puede ser más satisfactorio. La columna vertebral de la iglesia del futuro la formarán los jóvenes que se han sentido interpelados y llamados a seguir al papa. Benedicto XVI ha conseguido llenar de ilusión y confirmar en sus creencias a los fieles que han seguido el evento en directo o desde muchos rincones del mundo. Por parte del Gobierno, se ha evitado con acierto los desaires y las actitudes críticas hacia la Iglesia y se ha optado por la normalidad institucional. Al final las protestas que han tenido lugar durante la visita del papa han sido poco importantes y han perdido fuelle por la radicalidad de sus formas y de sus mensajes. La democracia española se enriquece con las propuestas de solidaridad, tolerancia, justicia o compromiso social que pueden venir desde la Iglesia católica y que ya no aspira a monopolizar la esfera pública, sino a participar con sus propuestas para construir una sociedad mejor en un contexto pluralista. Los responsables de la Iglesia en nuestro país han sido capaces de poner en pie la Jornada Mundial de la Juventud más exitosa de la historia. Pero todavía pueden aprender mucho del olfato diplomático del papa, su combinación de firmeza y capacidad de escucha y el estilo sosegado y sencillo con el que desempeña su tarea de guía espiritual.

Fin de partida en Libia

Falto de medios militares y de un genuino apoyo social, el coronel Gadafi difícilmente podrá revertir la situación sobre el terreno: hoy él y su régimen son un grupo políticamente aislado y militarmente cercado en Trípoli. Las fuerzas de la oposición rebelde, por fin mejor organizadas y armadas, han llegado a la periferia de la capital y hay un extendido pronóstico de que se aproxima el desenlace del drama. Gadafi pudo parar a tiempo la sangría, pero desoyó el clamor general en favor de una salida pactada y gestionó tan mal la situación que consiguió el prodigio de que hasta Rusia y China aprobaran en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas una intervención militar internacional a favor de los rebeldes, percibidos como pro-democráticos y dignos de ayuda y el 19 de marzo se produjeron los primeros ataques de la OTAN. La Alianza Atlántica ha hecho bien su trabajo, con un número muy bajo de víctimas colaterales y sin poner pie en suelo libio. Son las milicias nacionales, de extracción diversa en un país de base social tribal y clánica, las que están a un minuto de la victoria, que pasará a la historia nacional como un hito. Ojalá que su triunfo sea solo el prólogo de un proceso de democratización por acuerdo y un instrumento de paz y de progreso en Libia.