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Tribuna

«España» vs España

FERNANDO SICRE GILABERT
ABOGADOActualizado:

Existen períodos de nuestra historia que más nos vale olvidar. Espero que el próximo día 20 de noviembre, evidentemente día escogido al azar, como no podía ser menos, en un país democrático como es el nuestro, en el que seguimos proyectando el pasado en lugar de buscar un sitio en el futuro, decidiremos o hipotecaremos nuestro futuro. Ese día, ojalá, es posible que España encauce la senda de su auténtica identidad y deje de ser Expaña, contracción de exEspaña, lo que han dejado de ella. Un Estado en quiebra, en lo político y en lo económico. Donde sus propios territorios adoptan la condición de Estados, negociando con el Estado de forma bilateral. Una nación donde otros se irrogan igual consideración, apoyados y jaleados por un presidente del Gobierno, impulsor del desconcierto y negador apriorísticamente de la residencia de la soberanía nacional en la nación española, representada por las Cortes Españolas.

Menos mal que el Tribunal Constitucional, y digo menos mal, porque es otra institución para echarle de comer a parte, ha tenido que interpretar el concepto de nación española, concepto de especial importancia en el pensamiento político y el ordenamiento jurídico español, a colación con el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 2006, en cuya sentencia de 28 de junio de 2010, después del lamentable espectáculo dado por sus integrantes, estableció que carecía de eficacia jurídica interpretativa las referencias del Preámbulo del Estatuto a Cataluña como nación y a la realidad nacional de Cataluña. Creo que todo ello, es sumamente expresivo de la parte de la historia que ahora nos ha tocado vivir. No sólo es una crisis financiera, sino una crisis política en toda regla. Los políticos europeos intentan buscar soluciones para una porción del mundo, Europa, sobre endeudada, víctima del exceso de gasto permitido por ellos mismos. Merkel y Sarkozy dirigen el rumbo de la política comunitaria. La negativa reacción de los mercados la semana pasada, provocada por la resistencia de otros Estados a adoptar las políticas necesarias previstas en el plan por ellos ideados, predice un camino lleno de obstáculos a sus proyectos. Esta falta de coordinación política, se traduce también en una actitud insolidaria con el resto de países integrantes de la unión. Es el caso español, en donde ni por asomo se terminan de poner en marcha las reformas necesarias para encauzar desde dentro la senda de la recuperación, suponiendo ello de llevarse a buen término, un gran apoyo también a la construcción europea.

La izquierda española tiene fijación con la letra «x». Todo el mundo suponía quien era la «x» en el caso Gal, lo que fue aseverado por el propio presunto «x» en un ataque de envalentonamiento y ensimismamiento no hace mucho. Una fotografía sobre los apuntes del presidente contestando a Llamazares en un debate sobre el Estado de la nación, reflejaba su incorrección ortográfica, al leerse la expresión sector público y a continuación «extrategia». La ofuscación con la letra «x» no acaba ahí. El académico digital o puesto a dedo, sr. Cebrián, como más les guste, que en la alta institución de la Lengua Española se encontraba en representación del Sr Polanco, escribía cuando ejercía de director de 'El País' dislates tales como «clítorix» en lugar de clítoris. Como gusta la «x», lo demás no lo sé. Y que yo recuerde, este último, además de correa de transmisión del PSOE de Gónzalez, no fue educado en la LOGSE, aunque sí bebió a raudales de las instituciones franquistas como director de los servicios informativos de Televisión Española. Cómo me va a extrañar que la Ministra de «igual-dá», se refiera para mofa de todos a «miembras», aunque con su especial dicción a base de cursos de telegenia, a lo mejor también lo dijo con «x», «miembrax». Todos estos terminan como personajes de las aventuras de Asterix y Obelix, o como el ave Fénix, por supuesto todos con la «x» a cuestas.

Pero, España es mucho más serio que todo esto. Además, tenemos la oportunidad de dejar la «x» y olvidarnos para siempre de «Expaña». El concepto entraña una alta dosis de oscurantismo, desgobierno, irracionalidad, derroche, exaltación del poder de las minorías en detrimento de las mayorías. En fin, «Expaña» es lo que ha sido mi país estos últimos siete años y que dejará de serlo el próximo 20 de noviembre. Yo se lo encomiendo así al Santo Padre, con ocasión de su visita. A colación con ella, estoy encantado que con mis impuestos siga funcionando España los días que Benedicto XVI se encuentre en territorio nacional. Confío en el pueblo español, ahora representado por esos jóvenes que han transmitido a todo el mundo lo grande que puede ser un país, su ancestral y riquísima cultura en forma de imaginería y orfebrería de talla mundial y como una ciudad como Madrid, es capaz de acoger sin sobresaltos a millones de personas. Sólo enturbiada por los que han sido capaces de perseguir a otros por sus ideas, lo que los califica, no como indignados, sino como totalitarios al más puro estilo fascistas-estalinistas.

El Papa ha transmitido entre otras cosas la importancia de defender los valores propios de la civilización que para suerte de todos es patrimonio común de Europa, sobre la que ella se asienta, el cristianismo. También ha advertido que esa defensa debe llevarse a cabo con respeto a las demás opciones, pero exigiendo a los demás ese mismo comportamiento. Quien vendió el eslogan de la Alianza de las Civilizaciones, que no es más que un eslogan vacío de contenido, es el responsable de haber exacerbado en la «Expaña» que gobernó, la indolencia y la falsa tolerancia, bases de un proyecto ideológico basado entre otras cosas, en la hostilidad sin límites a las bases cristianas de nuestra civilización en general y a las creencias católicas en particular. Ese reducto de indignados que aún perviven después de los acontecimientos del 15-m, que a día de hoy han sido calificados por algunos con total acierto de perros-flautas, rezuman odio por los poros de su piel, habiendo escenificado una conducta hostil y agresiva. Con esas formas de proceder y de pensar, opuestas a las elementales bases de la convivencia democrática, los políticos deben tomar cartas en el asunto de una vez por todas y dar órdenes claras y precisas a la policía para que no empañen y rompan la armonía de la convivencia en un país que pronto va a volver a ser España. Adiós «Expaña». Hasta siempre. ¡Viva España!