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Cuatro vientos y uno más

MANUEL ALCÁNTARA
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Simultáneamente al vendaval de fe y de demostración de poder de la Iglesia católica, llegó el vendaval propiamente dicho. Al calor terrible le sucedió una llovizna muy poco consecuente, pero había en el viejo aeródromo un millón de valerosos jóvenes esperando al Papa. Ha sido el mayor éxito de público de Joseph Ratzinger en sus seis años de pontificado y sólo la meteorología, de suyo heterodoxa, ha interferido en la teología. Precisamente cuando su santidad defendía el matrimonio como «la unión indisoluble entre un hombre y una mujer», doña Letizia besaba su anillo en presencia del príncipe de Asturias. La vida tiene casualidades y causalidades, pero Benedicto XVI estaba hablando de Dios cuando tuvieron que venir los bomberos.

Queda demostrado que ni el Dalai Lama ni Messi pueden congregar a tantos jóvenes entusiastas. Tampoco pueden hablar diez minutos con el señor Rajoy sobre «principios y valores». El anciano sucesor de Pedro ha exhibido no sólo una gran fortaleza espiritual, cosa que se le suponía, sino una gran fortaleza física. Fue de los pocos que no necesitaron asistencia médica en Cuatro Vientos. Dios quiera que no la precise después, ya que estas palizas presentan la factura más tarde.

Ha hablado mucho en su triunfal viaje a Madrid. Cuando visitó el campo de exterminio de Auschwitz se quejó del «silencio de Dios», que no dijo esta boca es mía. ¿Quién sabe de sus designios? Aquí seguimos confundiendo a laicos con ateos y lo que es peor, con agnósticos, que de todo hay en la arrasada viña del señor.

Desde hace mucho tiempo sufre España trastornos bipolares y algunos han pretendido aguarle a nuestro egregio visitante la fiesta en la que se ha convertido la Jornada Mundial de la Juventud. Lo descortés no quita lo descreído. Si acaso añade mala educación. Algo innecesario si lo que se quiere es poner algo de racionalidad en los sistemas de consuelo que ensayan las religiones, con más o menos fortuna.