Postal de 'Isla Mujeres'
Actualizado:Descubrí 'Isla Mujeres' (incluida en Las damas primero, de 2001) algo tardíamente, a principios de 2009, durante un concierto oficiado por Javier Ruibal en el exquisito Hotel Utopía de Benalup. De inmediato, sus acordes pasaron a formar parte de esa pequeña herencia musical -pero también literaria- que uno lleva consigo adonde vaya, y tararea y recuerda e impone a sus amigos de manera viral e inaplazable con el secreto afán de conquistarlos para su propia causa, la del arte. Real e imaginaria (¡no dejo de acordarme de la Santa Teresa de Roberto Bolaño!), 'Isla Mujeres' nos sitúa en un tiempo -plenamente actual- de «sátiros y piratas» cuya atmósfera tiene tanto de atlántica como de caribeña, y en un denso escenario iluminado por una luz «de cobre» cuyo fulgor perfila la figura de la mujer amada. Contemplamos entonces a la reina (una mujer felina, de ojos caleidoscópicos y «andares de pantera») pasar bamboleándose ante nuestros ojos como una ráfaga de aire salobre, alborotándolo todo, el corazón, el deseo. En su sola visión adivinamos una promesa de concupiscencia. Pero tan pronto la hemos poseído deja ya de ser nuestra para siempre, pues «todo el mar es poco» para tamaña perla: «Arde el bulevar/ y, al borde de la locura,/ no soy yo quien va/ de su cintura».
La pieza se articula en tres partes o momentos, haciendo gala de una capacidad de síntesis discursiva solo atribuible al pensamiento poético: en primer lugar, el anhelo, satisfecho más tarde con la consumación del deseo y sucedido finalmente por la pérdida del objeto amoroso, que lleva aparejado el abandono casi virgiliano con que, mutatis mutandis, Dido recuerda a Eneas tras su marcha del reino de Cartago. La reina pasa ahora ante nosotros como envuelta en un halo de leyenda. Y es que esa Isla Mujeres, antiguo santuario consagrado a la diosa maya de la fertilidad, parece remitirnos, siquiera por asociación icónica, a la isla de Lemnos, el escenario homérico habitado únicamente por féminas -fatales y a menudo despechadas- donde el hombre subsiste como un esclavo subyugado por la belleza. En esta isla sonora el erotismo semántico se concentra en el ecuador de la geografía corporal femenina: sustantivos como «cadera», «talle» o «cintura» son como los norayes en que afirmar las manos y acaso las amarras antes de proseguir nuestro periplo (o de acampar en ella). Cantante andalucísimo Ruibal, cuya discografía, llena de guiños y complicidades, se revela no obstante plenamente dinámica, libre y cosmopolita. A naufragar, se ha dicho.