El primero de los duelos
Actualizado: GuardarLa plaza de Illumbe empieza a tener su propia historia, su secreta solera. Son ya 14 años de vida. Los tres de la terna de esta baza torearon de novilleros en aquellos concursos de invierno del año 99 y hasta el dos mil y poco, que son sustancia de esa historia. Castella salió lanzado de una final dramática del primer certamen sonado. Era, entonces, un torero de impasible temeridad. Se decía que tenía los nervios de hielo o de acero.
Perera era un apunte seguro de torero, pero fue en las peleas de Illumbe donde rompió el cascarón. Con su ojedismo o damasismo como fórmula: enterradas las zapatillas; impasible; el cuello y el mentón tan estirados que parecía cargar con ellos la suerte. Como Dámaso González. Y Ojeda, que la cargaba con el pecho y las caderas. Y aquí estaban ayer de vuelta los dos. Castella y Perera, que son rivales naturales y van a medirse mano a mano tres veces en el curso de la próxima quincena –en Málaga, en Colmenar Viejo y en Bayona– y tienen en común parecida sangre fría. Estuvieron en esta baza de San Sebastián valientes los dos.
Sin mayor fortuna, porque, contra pronóstico, la corrida de Joselito Domecq salió muy de más a menos, y el más no fue gran cosa. Flacote, estrecho, culopollo y astifino, el primero de los dos que mató Castella escarbó, mugió, se dolió y violentó y se acabó rajando. No tuvo mejor fortuna Perera con el tercero de corrida, que, justas las fuerzas, escarbó, se distrajo, se rebotó, se revolvió y repuso como los toros remisos. Un toro zascandil el segundo de corrida; se vino abajo el tercero, que fue de partida muy corretón.
Los dos toros que completaban uno y otro lote eran los de mayor volumen de la corrida: un quinto castaño lombardo de casi 600 kilos, alto y zancudo, de muy afilado morro y largo cuello; y un sexto negro muy en tipo del Conde de la Corte, las borlas del rabo barrían la impecable arena de Illumbe, los finos cabos dejaban en ella huellas perdigueras porque este sexto salió también corretón, de moverse sesgado y al trote, como suele suceder con los toros movidos en el campo.
Los cuatro toros, de finos cabos, fueron de bello porte, y aunque el peso de básculas marcara cien kilos de diferencia entre segundo y quinto -los dos de Castella-, fue corrida pareja. Se aplomó el sexto, que ya antes de sangrar en el caballo había remoloneado bastante; el quinto, mera promesa de bravura, se derrumbó en una costalada después de picado y ni la paciente calma de Castella para convencerlo sirvió.