Un sofoco de Hermoso
Un bravo toro despuntado de Ángel Sánchez hace sufrir a Pablo. Alejandro disfruta con un ventorrillo pastueño y dulce Una buena faena de Talavente en una corrida mixta de San Sebastián
SAN SEBASTIÁN.Actualizado:Fue corrida mixta, de dos partes asimétricas y de dos mitades distintas: más o menos feliz la primera, y de mejor aire que la segunda. En esta segunda se soltó, despuntado para rejones, un cuarto toro del hierro salmantino de Ángel Sánchez extraordinario. Bravo, de un galope acompasado y vivísimo, de una prontitud fantástica, de fijeza no habitual en las ganaderías de sangre Urquijo-Murube. 545 kilos que se movieron con una ligereza insólita. Como el toro era corto de manos, el galope pareció felino. Ni el llevar clavados dos rejones de castigo muy caídos, y cuatro farpas mal reunidas, y hasta un pavoroso ojal en un costado porque el primer castigo no se prendió sino que se deslizó por la piel y la dejó rasgada y a carne viva: ni toda esa ferralla le mermó un ápice de velocidad.
En un exceso de confianza, Pablo Hermoso atacó sin haber llegado a doblar, parar y fijar el toro como acostumbra, y a la hora de clavar en los medios se lo encontró crudísimo y tan lanzado que no le dio tiempo a precisar el golpe. Primero, Pablo marró el blanco, se quedó sin toro y no pudo ni hacer carne; en el segundo intento se le abrió al toro el ojal. Dos rejones le puso Pablo luego, pero sin ninguna puntería.
Por la calle de la amargura
Se sentía como cosa insólita que a Hermoso le trajera por la calle de la amargura ese toro. En gesto de torero mayor, Pablo sacó en banderillas al gran Chenel, y entonces se vivieron los momentos más felices de esa segunda mitad de corrida, y de la propia faena. Los recortes por delante, con Pablo y su caballo de frente, y dejando venir de largo al toro, fueron espléndidos; lo que encendió a la gente fueron los galopes de costado, porque, encelado, el toro no se despegaba y apretaba.
Templar esos viajes interminables fue dificilísimo. El esfuerzo, tremendo. Las clavadas no fueron de particular puntería, pero en las dos reuniones hubo verdad. Con otros tres caballos remató Pablo el trabajo. Se le encasquilló el rejón de hoja de peral y tras cuatro intentos vanos tuvo que descabellar pie a tierra. Una inesperada desventura.
Lo notable de la mitad feliz fue, sobre todo, un toro de El Ventorrillo de bellas hechuras que galopó de salida, descolgó enseguida y se dio con esa transparencia tan propia de los toros de su estirpe: bondad y ritmo. Aunque el toro invitaba, Talavante no llegó a ponerse en serio con el capote, pero con la muleta no perdió el tiempo. O, mejor dicho, lo perdió en pausas y paseos olímpicos y gratuitos. Tres muletazos de cata y, resuelto, erguido y firme, Talavante en los medios para templarse con la mano izquierda en tres tandas clásicas, de mano baja y buen vuelo, y el de pecho; entre una y otra, los primeros paseos de pasarela.
Por la mano derecha el toro tuvo todavía mejor son que por la izquierda y entonces se atrevió Talavante con un cambio de mano por delante, y salió. Ya era abundante la cosecha, pero Talavante decidió abrochar con su repertorio mexicano: trenzas, saltilleras, el asustar entre pitones a la gente, el molinete vertical, el ayudado por bajo casi de puntillas para librar el último viaje.
Hubo en esa segunda mitad de obra, tan heterodoxa, más enganchones de lo normal. Y una renuncia con la espada: soltó el engaño en la reunión Talavante y enterró media tendida.
Abrió Pablo con otro toro bueno de Ángel Sánchez, pero no tan bravo como el cuarto. Antonio Barrera lo había recibido con una larga cambiada de rodillas en el tercio y, luego, desplazó mucho al toro, que iba a romperse. Se corrieron turnos y el quinto de sorteo pasó a ser segundo bis. Fue toro de ritmo desigual, se venía de pronto rebrincado, no se sujetaba del todo ni en firme ni en engaño, porque fue de viajes cortos. Pero se movió y quiso.