Hemos cambiado
Parece que fue ayer cuando salíamos a comer fuera solo porque era domingo o la chica tenía el día libre
Actualizado:Dicen que hay que reducir y recortar gastos; piden austeridad y rigor; amenazan con ajustes, rebajas y sacrificios. Han llegado las vacas flacas y es hora de cambiar. Será sí o sí. No es una cuestión opcional. El tsunami está en cada casa, empresa, organización o familia. Donde antes se anunciaban pisos de lujo, ahora no se cae el cartel de 'se alquila'. El bar que cada verano subía el precio del café y la caña ha instaurado la moda de la tapa y la tostada por gentileza de la casa. Antes, en campaña electoral, los políticos prometían ayudas escolares, guarderías públicas, reducción de listas de espera en la sanidad, dinero por el nacimiento de hijos o la emancipación de jóvenes; los alcaldes diseñaban jardines y bancos para regarlos por toda la ciudad; teníamos carreteras, trenes AVE por doquier, hasta aeropuertos de adorno. Parece que fue ayer cuando salíamos a comer fuera solo por ser domingo o porque la chica tenía el día libre; les comprábamos lo último en consola y juegos de ordenador a los niños, por seguir la moda, y hasta nos íbamos de vacaciones a sitios exóticos y lejanos aunque, en realidad, deseáramos más descanso que aventuras. Cualquier hijo de vecino tenía una hipoteca en la ciudad, un piso en la playa o enviaba a los chicos a Irlanda en verano a aprender inglés.
Así era, más o menos, la vida de la clase media española, la única que conocieron hasta ahora los jóvenes paganos de esta crisis. La que les dieron los vástagos estudiosos y sacrificados de las familias de la dictadura. Ellos creían haber redimido a sus padres de las penurias de la postguerra con el esforzado mérito de haber conseguido un considerable ascenso social para sus nietos. Pero el terremoto financiero lo echó todo abajo. La sanidad universal está en peligro; las ayudas sociales, en cuestión; las subvenciones, más que discutidas; la enseñanza universitaria, cuasi inútil para forjar una vida próspera; la vivienda en propiedad, un lujo; el alquiler, por las nubes; la estabilidad laboral, en paradero desconocido. Y a base de bofetadas de realidad hemos cambiado. Las familias han vuelto a comprar al día, las neveras tienen más agua y gaseosa que refrescos, se reutilizan las prendas de marca y en los armarios solo entran artículos de rebajas, mientras las 'retoucheries' (modistas) adaptan trajes de la temporada anterior. Se ajustan las vacaciones a las viviendas de la familia, se pasa más tiempo en el pueblo y el alquiler del apartamento en la playa se reduce a la quincena. Dicen que los jóvenes protestan porque no quieren acostumbrarse a la escasez, prescindir de las deportivas de marca o renunciar a la tele de plasma y al piso en propiedad. Natural. Siempre cuesta más ir de menos a más que recorrer el camino inverso. Ellos también tendrán que mudar. ¿Y para cuándo el cambio de los del yate y la mansión?