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CITA IMPOSIBLE

GRETA GARBO

ENRIQUE PORTOCARRERO
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Hay dos lugares distintos y distantes para la cita con el mito de Greta Garbo. El primero está en su Estocolmo natal, en los almacenes PUB de la comercial Kungsgatan, donde trabajó en la sección de sombrerería mucho antes de forjar su estereotipo de mujer misteriosa e inasequible, aficionada por igual a las 'liaisons dangereuses' con señores y señoras. Seguramente ya tenía entonces una ambigua belleza de quietud expresionista, muy en consonancia con la sensualidad nórdica de las clientas y las empleadas de los venerables almacenes PUB, una de cuyas grandes atracciones sigue siendo todavía hoy un pequeño stand cercano a la sección de caballeros, donde se exhiben fotos de la actriz y hasta una copia de su documento de identidad. Afortunadamente, la cita imposible y nostálgica con Greta Garbo tiene otro lugar un poco menos concurrido, pero tanto o más comercial. Está en Nueva York, en el 450 Este de la calle 52. Es el edificio The Campanile, el mismo en el que se recluyó hasta su muerte en 1990. Fiel a su mito de mujer misteriosa, cuentan que salía del portal de manera furtiva, disfrazada con una vieja gabardina, un sombrero calado hasta la nariz y unas gafas oscuras de gran tamaño. Todo por el anonimato, la privacidad extrema y el misterio que rodeó a su ambigua sexualidad, justo lo que más le gusta desvelar y contar a la gente. Tal es así que, por un módico precio, algún portero del edificio y hasta cierta vecina de avanzada edad cuentan todo lo que quiere oír el que pregunta. A saber, que la Garbo le lanzaba miradas gélidas a ese otro vecino que era el actor Rex Harrison, que le gustaba el whisky, que en ocasiones subía en el ascensor con jóvenes andróginas o que le robó el marido multimillonario a una vecina, con la que riñó a muerte. País de porteras, sí.