Triunfos de Ventura y Leonardo Hernández en una noche accidentada
Un espontáneo saltó al ruedo y sufrió una voltereta en el festejo ecuestre del viernes en El Puerto
EL PUERTOActualizado:La habitual placidez y alegría con que suelen transcurrir este tipo de festejos de toreo ecuestre se vio bruscamente interrumpida con la irrupción en el ruedo de un sujeto, que desprovisto de engaños y ante el asombro de todos, se dirigió con derechura hacia la cara del toro. Una suerte de espontáneo de forçado portugués, que sufrió una espeluznante voltereta, sin más aparentes consecuencias que la propia del golpe con la testuz y el consiguiente testarazo. Fue detenido por las fuerzas del orden pero, para sorpresa general, no conducido a la enfermería. Esto ocurría justo después de que Leonardo Hernández prendiera un rejón de castigo al sexto de la noche, un animal distraído y ajeno a la lid que le planteaba la cabalgadura. Descastado proceder que constituyó tónica compartida por los seis ejemplares lidiados, lo que obligaría a la terna de rejoneadores a hacer uso de todo su repertorio de recursos lidiadores para espolear el movimiento de unas reses tan renuentes en su tracción.
Un par de banderillas a dos manos y otro en la suerte del violín, fueron los momentos más brillantes de la pulcra actuación del jinete extremeño, al que le costó, en ocasiones, conectar con los tendidos. Su acertado uso del rejón de muerte le supuso la obtención de un trofeo en cada uno de su lote. Al tercero lo recibió con dos rejones de castigo, uno clavado en todo lo alto y otro de muy trasera colocación, a los que seguiría un lucido tercio de banderillas, en el que se adornó con vistosidad en la cara de la res y a la que ofrecía los pechos del caballo en los cites, con suma ortodoxia.
Diego Ventura demostró que no necesita apearse del caballo ni tomar un capote para torear. La cola y las ancas de sus equinos hacen las veces de un engaño y su consumada maestría como jinete convierte en innecesaria la adopción de una actitud erguida sobre la arena. Toreó a caballo con espectacularidad y solvencia a sus dos enemigos. Erró con el rejón de muerte ante el manso segundo, pero no así con el quinto, que desplegó algo más de movilidad, y al que banderilleó con milimétrico ceñimiento en quiebros inverosímiles. En el tramo final, a lomos de 'Manolete', sobre la diana inmóvil de un toro ya parado, acarició el rejoneo, se adornó con belleza e hizo las delicias del respetable cuando tan singular equino verificó sus habituales conatos de insólitas y heterodoxas actitudes carnívoras.
Los dos oponentes de Hermoso de Mendoza fueron dos mansos sin paliativos, que desde que salieron de chiqueros volvieron grupas al caballo y no mostraron interés alguno en su persecución. Al navarro sólo le cupo la opción de demostrar el elegante toreo ecuestre que atesora y el dominio absoluto de los terrenos que posee, a lo largo de una ardua labor en búsqueda de ubicaciones propicias para las reuniones.