EL MAESTRO LIENDRE

LA PALABRA REPETIDA

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Puede que sea cierto que nos dividimos en dos grupos: los que necesitan la certeza como el aire y los que sólo creen en la duda. Ninguna de las militancias garantiza nada parecido a la calma ni la seguridad. Certezas, bien pocas. Solo en una somos capaces de ponernos de acuerdo. Los que ansían planificación inquebrantable viven en un chasco permanente, atacaditos. Abrazar la duda como única realidad universal garantiza incertidumbre crónica, demasiada lentitud y un cargante exceso de disculpas. Nada más. Jodidos todos.

Pero como el juego de los grupos se basa militar, vaya la confesión de que pertenezco al número dos, a la segunda división. Cuando escucho a una persona manifestarse con rotundidad absoluta sobre una cuestión, abrazar una palabra con fidelidad pétrea, cubriéndola de una loción de literalidad que resulta ser un repelente de matices e incógnitas, me entra tembleque, las canillas se me aflojan, me cago vivo.

La última vez que tuve esa sensación fue al toparme en un informativo con María Dolores de Cospedal. En su discurso de toma de posesión aseguró, con tono metálico y voz ceremonial, que su nuevo gobierno autonómico, el de Castilla-La Mancha, tenía tres prioridades: «Empleo, empleo y empleo», dijo con manido recurso retórico. Por un defecto de fábrica, saltan las preguntas: ¿a qué tipo de empleo se refiere? ¿caiga quien caiga? ¿caiga lo que caiga?

Vaya por delante que los agujeros de nuestro mercado de trabajo, cráteres de volcanes de postal, merecen la preocupación de cualquier ciudadano sensato y la rectificación urgente. Nuestro sistema nos condena al doble de paro de forma sistemática, al margen de auges y recesiones. Cuando el mercado central (no confudir con la plaza de abastos) reparte buenas cartas, aquí tenemos el doble de parados que en el resto de estados europeos. Cuando viene un arreón chungo, también. Es obvio, sintomático. Ese problema concreto tiene su origen aquí y en ese ámbito geográfico debe ser corregidos.

Pero una vez de acuerdo en esa evidencia ¿Quién debe poner qué para crear empleo? Todos y de todo, sería la respuesta políticamente correcta y la mentira de mierda que luego provoca la indignación a la que no sabemos dar forma.

Si el objetivo se repite tres veces (empleo, empleo, empleo) se transmite la sensación de que debe alcanzarse a toda costa, que el fin justifica los medios y que si alguien encuentra un empleo tendrá que callarse para los restos porque peor estaba en la calle. Cada vez que alguien utiliza esa criminal apología del mal menor deja en evidencia que algunos se benefician de la situación, de la necesidad del desempleado.

Antes de entrar en la demente carrera de recorte de derechos de los trabajadores para llegar a un parnaso en el que los empresarios tengan tanta 'seguridad' y 'confianza' que puedan contratar por doquier, conviene fijar, como en todo acuerdo, las condiciones. Por más miedo que tengamos que tragar en esta década, muchos no estamos dispuestos a que nos pongan como modelo laboral los bazares orientales ni las factorías del tercer mundo. Hasta hace bien poco, se suponía que pretendíamos que ellos vivieran como nosotros. No al revés. Sin descanso, sin vacaciones, sin ocio, cada vez con menos retribución, el trabajo se vuelve una esclavitud que puede provocar tanta desdicha como la necesidad. Puestos en esa dicotomía, cabe elegir. «En mi hambre mando yo». Antes que entregarnos a la carrera del «empleo, empleo, empleo» sin matices conviene tener presente que, cuando había más, en este país la mitad de las mujeres embarazadas tuvieron incidentes laborales (frase retórica para hablar de «la puta calle») por vivir un embarazo y acogerse a los legítimos derechos de baja maternal o lactancia. Además de costarte un disgusto, resultaba que esos derechos eran migajas comparados con los que existen en otros países de la Unión Europea, Escandinavia... Sitios en los que el mercado laboral funciona bastante mejor. No será tan 'gravoso' el embarazo. Si esa triple mención al empleo va a suponer triplicar la tasa de temporalidad, conviene recordar que España tiene una de las más altas de la Unión Europea y con ese chanchullo permanente, con esa fuga crónica de millones para incentivos, el panorama que hemos bordado es el desastre que vivimos ahora.

Idénticas reservas merece la omnipresente mención a la «austeridad» como bálsamo contra todo mal. La palabra, ni emejor ni peor por repetida, es una herramienta que, según se use, puede curar o matar. Esa mitificada frugalidad institucional se convierte en un ataque si propicia el cierre de farmacias o de camas, el recorte del servicio de socorristas de las playas, mientras siguen abiertas, tal cual, por cientos, carísimas emisoras de radio y televisión municipales y autonómicas que aportan poco más que contenidos repulsivos y propaganda, dos productos que el mercado privado ya ofrece sobradamente.

Es un ejemplo entre los cien que se le ocurrirán a cada cual. Dejar de gastar, como gesto, no merece aplauso ni significa nada. Quiero saber en qué.

Ahora, cuando parece sacrilegio y chulería, cuando suena a insensatez y candor, cuando no sabemos si saldremos del túnel esta década, conviene dejar claro que algunos no estamos dispuestos a tener mayor certeza de empleo a costa de vivir en un taller ilegal de inmigrantes mexicanos en EE UU (por no buscar un ejemplo de aquí, que habrá miles). Que no estamos dispuestos a ver saneadas las cuentas institucionales a costa de la eliminación de servicios fundamentales, sin cuestionar la supervivencia de estúpidas servidumbres de nuestro modificable sistema político.

Si a un enfermo le dicen que su objetivo es «salud, salud y salud», estaremos de acuerdo todos en respaldar el empeño. Pero ese paciente tiene derecho a saber si su recuperación, superar la amenaza de muerte, precisa de amputaciones y lesiones irreversibles que conviertan esa mejoría en un teórico mal menor. Ese paciente tiene derecho a pensar, yo lo haría, que para poca salud ninguna y que desear la muerte o rechazar determinado salvamento es un derecho personal innegociable. Antes de que me la apliquen, quiero que me hablen de los efectos secundarios de la medicación y elegir. No solo que me enseñen la zanahora de la recuperación. Aunque me repitan la misma palabra tres veces.

Igual prefiero borrarme, borrarme, borrarme.