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casas reales

Tres huevos en palacio

Isabel II muestra parte de su colección privada de piezas Fabergé, que comenzaron a llegar a Buckingham a finales del siglo XIX como regalo de Alexandra, última emperatriz de Rusia, a su abuela la reina Victoria

ALFONSO R. ALDEYTURRIAGA
MADRIDActualizado:

Quiso el zar Alejandro III que aquella Pascua, la de 1885, fuera especial. Quería para la zarina María Feodorovna, nacida princesa danesa, un huevo que hiciera historia. De oro. Fabergé obró el milagro. Gustó tanto que el zar obsequió año tras año a su esposa con una de las joyas del maestro artesano. Y Nicolás II, su heredero, mantuvo la tradición. Él también quiso que su zarina no olvidara la Pascua de 1897. Era la primera tras la coronación de Alexandra y quería deslumbrar a su esposa, a la última emperatriz de Rusia. El zar puso el dinero y la casa Fabergé de nuevo el talento. Creó esta vez un huevo de apenas 13 centímetros en el que se emplearon 7.200 horas, repartidas en quince meses de duro trabajo. De las manos del genial George Stein surgió una joya hecha con esmalte de oro, sobre la que se sustentaron diamantes formando el escudo imperial. Dentro del huevo, como sorpresa, una miniatura del carruaje, en oro, platino y cristal, con el que Alexandra entró en Moscú como princesa y salió como emperatriz.

Y aunque pocos se atreven a fijar precio a lo que tiene valor incalculable, Sotheby's le puso cifra hace un lustro: 20 millones de euros. Era uno de los nueve huevos de pascua imperiales firmados por Fabergé que estaba previsto que salieran a subasta. Y por el que nadie pudo pujar porque, de forma inusual, la casa de remates vendió el lote completo (se comentó que por 90 millones de euros, aunque el precio jamás salió a la luz) al magnate ruso Victor Vekselberg. Hoy, el Huevo de la Coronación, junto a otros 18, forma parte de la Colección Kremlin de Moscú. El resto, hasta el medio centenar de huevos imperiales que durante tres décadas moldeó Fabergé por encargo de los Romanov, están repartidos por medio mundo. Son piezas de museo. Casi todos. Porque de ocho se desconoce el paradero. De dos solo se tiene constancia gráfica. Y otros cuatro están en manos reales: tres en las de la reina Isabel II y uno en las del príncipe Alberto de Mónaco.

Ferviente seguidora

Los de la reina de los ingleses se exponen estos días (y hasta el 3 de octubre) en Buckingham, al lado de otros objetos Fabergé de los que tan ferviente seguidora se ha declarado la propia Isabel II, lo fue antes la reina madre y lo es también el príncipe Carlos. En la misma sala, y aunque nada tenga que ver, se exhibe el vestido con el que Catalina Middleton se convirtió, por obra y gracia del "sí, quiero" al príncipe Guillermo, en duquesa de Cambridge. Y llegaron los huevos a palacio como un regalo poco apreciado en su momento. No por su valor, sino porque, simplemente, no gustaban a la destinataria. Victoria de Inglaterra, la primera reina que habitó Buckingham, que dejó su sello, el victoriano, en calles y plazas londinenses, se vio agasajada por incontables objetos Fabergé. Se los enviaba Alexandra, pero no como zarina, sino como nieta.

La que fuera última emperatriz de Rusia, a quien el zar siempre llamó cariñosamente Sunny, era la nieta preferida de la reina Victoria. Hija del gran duque alemán Luis IV de Hesse y la princesa Alicia de Inglaterra, se educó bajo su influencia y desde muy joven demostró estar dotada de una fuerte personalidad. De hecho, por dos veces se enfrentó a su abuela al rechazar las propuestas de matrimonio que ella le planteó. Pese a todo, tras su boda con Nicolás II, el contacto entre la reina y la zarina fue continuo. Y raro era el mes en que no llegaba a Buckingham regalo de Rusia. De ahí la importante colección privada que hoy poseen los Windsor, que se estima en casi un millar de objetos Fabergé. La mayor del mundo. Dicen que la pieza que más gustó a la reina Victoria fue un cuaderno de notas en el que en 1897 mandatarios de todos el mundo estamparon su firma como felicitación a los 60 años de reinado de Victoria I. La reina de los ingleses falleció en 1901. No conoció pues el trágico final de la familia imperial rusa a manos de los bolcheviques. Ni imaginó que su nieta, aquella que inundó Buckingham de piezas de oro, esmaltes y piedras preciosas, accedería a los altares como mártir por la iglesia ortodoxa.