«Los ruidos de la selva son como una especie de mantra»
Salió de Barakaldo con un billete de ida para Venezuela. Conoció a una chica y se quedó en Isla Margarita
Actualizado: Guardar«Voy viajando y me quedo donde me gusta». Es la filosofía de Xabier Iglesias, que en 2004 llegó a Venezuela y conoció a una chica que le gustó. «Primero vas y vienes, y luego te quedas». Ahora vive en Isla Margarita y tiene dos hijos. «Pero cada tres meses me voy a la selva venezolana, sobre todo a la de la frontera de Colombia, donde he estado cuatro veces, y a la de Brasil, que he visitado ocho. La primera vez que fui, sentí atracción y miedo al mismo tiempo. Quieres ir, pero, cuando llegas, se te revuelven las tripas y piensas: '¡Que sea lo que Dios quiera!'».
Su viaje más memorable fue a bordo del 'Curaré', remontando el río Ventuari, afluente del Amazonas, entre Monapiare y Puerto Ayacucho. «Recorrí la Amazonia venezolana en un barco de trueque, con tres indígenas y un colombiano. Tardamos veinte días, porque íbamos vendiendo cosas en los poblados; desde medicinas hasta pan y cocacolas, sillas, cuadernos, azúcar y sal». Los productos se fiaban y apuntaban a la ida, y, al regreso, se cambiaban por otros como mandioca, miel, raíces medicinales u oro». Si un lugareño «se encaprichaba de algo», tenía veinte días -lo que tardaba la embarcación en volver- para obtener algo para el trueque. Que nadie imagine indígenas con taparrabos, zanja este baracaldés de 40 años. «Llevaban pantalones y camisetas de Zidane y Messi».
«La parte baja del barco era una especie de todo a cien, y en la superior dormíamos todos en hamacas y con mosquiteras». Avanzaban a 15 kilómetros por hora, comían lo que pescaban y salaban lo sobrante. «De la caña a la sartén. Y, si veíamos una bonita playa, parábamos a bañarnos». No lo duda, fue uno de sus mejores viajes. «Fue espectacular. Íbamos oyendo música».
«Pensé, soy gilipollas»
Las noches resultaban seductoras. «Escuchabas todos los ruidos de la selva unidos, como una especie de mantra. Era lo que más me gustaba». Se ríe al recordar que se apuntó «como cocinero» a esta expedición que se hacía siete veces al año y donde no se admitían turistas. «Los tripulantes eran gente preparada para el camino... Y yo, la niña bonita».
Reconoce que, en los primeros días, se preguntó dónde se había metido. «Porque allí hay de todo: narcos, paramilitares, traficantes de las FARC.. No es un viajecito con pulserita de 'todo incluido'». De hecho, una noche Xabier sintió miedo: «Escuchamos a alguien acercándose. El capitán dijo: '¡Apagad los motores y quedaos callados!'». Lo hicieron. «No vimos a nadie; pero los traficantes suelen andar por la zona con las luces apagadas. Y pensé: '¡Dios mío, yo, aquí, como un gilipollas!'. Semanas atrás, habían matado a los tripulantes de otro barco semejante al nuestro».