Goya
Actualizado: GuardarBuscar ahora en Madrid una cita imposible con Francisco de Goya obliga al encuentro con su periodo más negro o con su visión más crítica de la naturaleza humana. Por supuesto que hay rastros goyescos en Madrid que son mucho más luminosos y optimistas, pero la dura contemporaneidad induce hoy a buscar al Goya de las metáforas y oscuridades, es decir, al de la España de las pinturas negras. Empiezo por la plaza de Ópera, buscando los terrenos donde estuvo la Quinta del Sordo, al otro lado del puente de Segovia, justo en el arranque de la carretera que conduce a la ermita del santo. La España goyesca sigue siendo reconocible en la fisonomía de la calle Bailén, en el gesto cansino de varios transeúntes que bajan acalorados por la Cuesta de la Vega o incluso en la ‘troupe’ de japoneses que visten como polichinelas en la esquina del paseo de la Virgen del Puerto. Pero la Quinta del Sordo ya no está donde estaba. Sucumbió a la economía del ladrillo hace más de cien años. Un francés, el banquero Emile d’Erlanger, tuvo a bien trasladar a lienzo las pinturas murales y luego donar el resultado al Museo del Prado. Es lo que nos queda de esa casa, de esa quinta, donde Goya pintó convulsivamente y en libertad la mejor representación del mal y la fealdad: ‘Saturno comiéndose a un hijo’, ‘Duelo a garrotazos’, ‘Perro semihundido’, ‘Las parcas’ y ‘Al aquelarre’, este último fresco con un personaje demoníaco llamado ‘El gran cabrón’, que preside la reunión de brujos y brujas. Pues si a estos títulos y a estas representaciones les añadimos una quinta derribada por la piqueta y la economía del ladrillo junto con la figura de un proverbial salvador francés, entonces no se puede por menos que reconocer la vigencia contemporánea de Goya.