Aire Fresco

Reyes y Palomar coronan 'El Duende de Cádiz' en la penúltima sesión de los ' Jueves Flamencos'

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Velada de embrujo y nuevos sones en la cuarta sesión del festival de cante jondo del Baluarte de la Candelaria. Siempre en el recuerdo el desaparecido Manuel Moreno Junquera, 'Moraiito Chico'.

El 'Duende de Cádiz' se dejó caer en la cuna del cante para contagiar de frescura y alegría los nuevos aires del flamenco. Legó en forma de seguidilla, de soleá, de garbo y de majestad. Sigiloso y picarón consiguió hacerse un hueco junto a la luna llena que daba vida a las tablas. Trabajo de mérito, puesto que no cabía un alma en la sede cultural. Personalidades variopintas del arte y la comunicación como el periodista Jesús Quintero o la cantaora Mariana Cornejo, no quisieron perderse el espectáculo.

Raúl Gálvez sabía de la presencia del maestro duende y le hizo homenaje junto a la cuerda del 'Niño de la Leo'. Quebró el silencio con una toná. Cantaor de voz limpia y timbre fresco. Cuida la melodía y borda el balbuceo. Quejío que suena a llanto y transmite garbo. Con el himno a su tierra se corona y el duende sonríe. Llega el jaleo con las alegrías, palo que domina y que resalta en su recital. Sublime y soberbio hace gala de aquel Primer Premio en 2008 de la peña Enrique El Mellizo. Homenaje a su cielo, a Chano Lobato. Suena a libertad y hasta el viejo árbol que guarda el escenario baila las llamadas de Gálvez con sus ramas. Y “Con las bombas que tiran los fanfarrones”, un, dos, tres, llegá el compás. Cantaor que vive la letra y eso se agradece. Termina con bulerías tras tocar las malagueñas.

Se despide entre aplausos y levanta el vuelo Palomar. Llega sonriendo y hace el corrillo de Morente. Pura fiesta en las tablas. Cantaor de timbre agudo y descarado desparpajo. Lo acompaña el toque de Rivera, galán de la cuerda. Simbiosis entre ambos que respira alegría durante todo el recital. El duende observa atento. David rompe por tangos y los dibuja con su quejío. Garganta que aguanta la agonía y el público lo agradece. Con las seguidillas alza el vuelo con la cuerda y el punteao mece el cante. Voz que llama al sentimiento en cada acorde. Y llega el culmen, el niño mimado de la Tacita recuerda a los anticuarios. Toca tanguillos. Cante de marinero, canasta y redecilla. Artista polifacético que transmite con sus guiños al baile. Firma con bulerías mudas, sin micro. El auditorio le regala su reconocimiento en pie. Genial.

Llega el descanso para la garganta y despierta el tacón. La bailaora Ángeles Españadero se hace esperar. La acompaña un cuadro discreto con demasiado protagonismo, sobre todo al principio de la actuación. Tacón añejo que se atreve por Soleá. Luce la interpretación frente al baile. Bailaora mística con quiebro exagerado. Muestra que no consigue penetrar la emoción en el auditorio.

Termina la danza. Tiempo de relajarse y dejar paso a la veteranía tras el cuarto de hora de cortesía. Mientras, el duende gaditano cavila en su aposento junto a la dama blanca. Ambos comenta como el talento joven está dando nuevos valores al flamenco local, enriqueciendo su abanico de posibilidades. Abre la segunda parte la señora Carmen de la Jara, coqueta dama del cante. La acompaña la guitarra fresca pero ortodoxa de Juan Jodé Alba. La cantaora deleitó al respetable con su especial manera de entender el cante arriba. Actuación que destacó en el popurri tropical. Con la rumba derrochó gracia y descansó la garganta, que pareció resentirse un poco tras los palos líricos. Recital donde la cuerda se impuso a la voz de la gaditana.

Y como broche de oro, el genio de noche, Antonio Reyes Montoya, soberbio en el cante. Voz canastera que suspira nostalgia de lo que ya no existe. El duende cerró los ojos y recordó la majestad de la isla en la melodía de Reyes. Soberbio y dulce, con temple y garbo. Garganta de raza y majestad que sabe a canela. Se corona en los tangos con un llanto armonioso que hechiza a la cuerda de Diego Amaya. Y cuando rompe el jaleo, seduce y conquista la gloria. Alegrías que recuerdan en la letra a los grandes de Cádiz. Termina con bulerías. Final de fiesta único e irrepetible. Sobre las tablas su mujer, Patricia Valdés. Ambos culminan con romance gitano. Él le regala sentimientos líricos y ella le besa con sus brazadas. Miradas cómplices que dan candela a la hoguera del arte. Él lanza quejíos y ella responde suspiros de tacón azabache. Magistral. El mejor de esta XXIX edición de los 'Jueves Flamencos'.