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Morao y el dominio del Tiempo

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Morao jamás logró ver el paso del tiempo. Nada más nacer, la guitarra se entregó a él para hallar su grado más puro y absoluto habitando en la verdad de lo verosímil, alejándose de armonías virtuosas pero con truco que se estaba implantado a golpes en el flamenco.

Morao, sin tiempo. Quien ha tenido la suerte de verlo podrá afirmarlo sin reparo alguno. Desde su jerezanísima seguiriya junto a Antonio Malena siendo todo un niño en ‘Rito y Geografía del Cante’ hasta sus inigualables bulerías que sonaban siempre cuando se nombraba a Jerez, su toque ha ido revelando los antiguos secretos de este arte tan nuestro y con unas raíces tan profundas, que aún siendo desvelado nadie ha logrado copiar en las seis cuerdas.

Tanta luz con tan poco artificio. Tanto gusto con tan pocos ingredientes. Todos imprescindibles y difíciles de conseguir. Una guitarra filosófica basada y transmitida en unas pocas palabras. Más que suficientes, por ir directamente al alma. Con la extraña virtud de ser oscuro en la bulería, y brillante en la más negra de las seguiriyas, logró que en paz convivieran los sentimientos más instintivos y primigenios del ser humano entre sus trastes.

Una guitarra rescatada desde la memoria de aquellos que lo amaron y lo vieron crecer, para la memoria de aquellos que escuchándolo tan solo una vez lo querrán siempre. Una forma de tocar que solo puede mostrarse por y para el presente. Liberada de pesos pretéritos y de promesas para un futuro. Únicamente ajustado a su compás tan genuino, en el cual no había sitio ni excusas para el maldito reloj.

Una guitarra sin tiempo, que ha logrado descifrar las claves para hacerse un hueco merecido en la Historia. Ésa donde no residen los pasados sino exclusivamente las verdades.