Putin hace una demostración de su poderío físico en el campamento de Seliger, donde miles de jóvenes rusos veneran estos días a su líder . :: RIA Novosti/reuters
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Superputin

Miles de jóvenes rusos adoran a Putin, que dobla sartenes y echa pulsos para mostrar la fortaleza de un 'gran líder'

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Diana viste traje de chaqueta, falda ceñida a dos larguísimas piernas y un escote más que generoso. Es una chica de éxito y lo muestra con un sutil aire de ejecutiva con poder: no le tiembla la mano cuando sostiene ese iPhone que soba constantemente como el símbolo tecnológico de ostentación social. La cámara que la enfoca se mueve entre el teléfono y los pechos. En esas suelta su discurso: «Estoy loca por un hombre que cambió la marcha del país, un político valeroso y un gran hombre: Vladimir Putin». En su alegato adolescente, Diana asegura que es miembro de la Armada de Putin, una versión digital de aquellas escuadrillas rusas de 1917, que vestían largos abrigos de fieltro a las orillas del Moskova. Ahora llevan camisetas ajustadas, shorts sexys o bikini y en lugar de aquellos fusiles Automát-Federov manejan un iPad2, que sortean entre las seguidoras que se pintan a la altura del pecho el mensaje más sugerente para apoyar al líder. La protagonista del vídeo que aparece en una web de Rusia Unida, el partido en el poder, es uno de los exponentes del curioso y efectivo culto a la personalidad de Vladimir Putin y el presidente Dmitri Medvédev.

La diplomacia estadounidense les llama Batman (Putin) yRobin (Medvédev), lo que deja claro quién manda en este curioso juego de poder bicefálico. Y ellos las vuelven locas. Literalmente. A primera vista, Vladimir Putin, primer ministro de Rusia desde que dejó la presidencia en manos de su delfín, podría parecer un cincuentón seco como la mojama, pero allí gusta. No importa que fuera jefe de los oscuros servicios secretos, que lo acusaran de estar detrás del asesinato de la periodista opositora Anna Politovskaya en 2000 o de la desaparición del espía Alexander Litvinenko por investigar esta muerte. No importa que haya metido al país en varias guerras, ni que terminara con la vida de 129 rehenes cuando en 2003 mandó gasear el teatro Dubrovka, tomado por terroristas chechenos. No importa su sangre fría. El primer ministro conserva intacto el sex-apeal y la capacidad para movilizar masas bajo un hechizo de efectos innegables. No es un tipo guapo, ni joven.Rico sí. Pero es un hombre durísimo y eso cuenta en un país marcado por una tradición en el que las chicas tienen que ser guapas y los chicos fuertes.

En vísperas de las elecciones parlamentarias de diciembre y las presidenciales de marzo, en las que Putin no ha aclarado si será de nuevo candidato, ellas lo dan todo. La semana pasada, semejante ejército de sostenes se paseaba por Moscú lavando coches en una marea de espuma y cuerpos mojados en honor del mandatario y con el loable objetivo de apoyar a la industria nacional: coche ruso, lavado gratis.

Las chicas de Medvédev –que no se quiere quedar atrás– tampoco se quedan cortas. Hace unos días, unas fans del presidente se desnudaron en Moscú. Para verlas en su plenitud, había que derramar una cerveza, en apoyo de una nueva ley que prohibirá su consumo por la calle a partir de 2013 (la considera un derivado alcohólico y no un alimento, como sucede ahora). «Somos las chicas Medvédev y tienes que elegir: la birra o nosotras». Y las alcantarillas de Moscú se tragaron decenas de litros. Cosas de la nueva Rusia.

¿Es San Pablo?

Y mientras los presidentes de medio mundo desarrollado se parten la cara por parecer transparentes, conectar con sus votantes potenciales en las redes sociales y construir una marca 2.0, por ser un tipo ‘friendly’, Putin se remanga ante sus juventudes y dobla una sartén con las manos. Sucede estos días en el campamento de Seliger, un centro de adoctrinamiento a 500 kilómetros al noroeste de Moscú que se vende como campamento de verano, aunque allí se formen las bases de Rusia Unida, el partido en el poder, que gobierna a más de 140 millones de personas y el 40% del territorio de Europa. Entre sus muros se veneran las imágenes intocables del presidente y el primer ministro en enormes carteles, como símbolos de pureza. Es lo que hay que hacer. Entre charla y charla, celebran instrucción militar, grupos de trabajo, supervivencia.... Doctrina, doctrina y más doctrina.Cuando aparece el líder supremo, es la locura. Vladimir Putin se acerca a sus cachorros y prueba sus músculos ante los delfines del partido: hace escalada en un rocódromo, se moja los pectorales en el agua helada de un río, les echa un pulso... Hay algo tremendamente físico en la atracción que miles de jóvenes rusos sienten por Putin. Y allí se les enseña que el demonio son el alcohol, el tabaco, la mala vida y la oposición política.

No hay duda de que Vladimir Putin es un hombre de acción. Pocos saben a qué se dedicaba cuando estaba metido en los fangos de los servicios secretos en la Rusia postcomunista. Lo que hizo después ha dado mucho que hablar. El personaje es un tesoro para los medios de comunicación, que lo han filmado disparando dardos tranquilizantes a un tigre que amenazaba con atacar a la prensa, subido en una enorme moto chopper, remando con el pecho al aire por algún lago perdido de Siberia, repartiendo piñas en una exhibición de judo y abatiendo un oso.

Lo más parecido al estereotipo del primer ministro es el de un superhéroe de cómic. Tiene hasta su propia historieta, que narra las aventuras de un maestro de judo de nombre Superputin que lucha a brazo partido por Rusia, no con las leyes, sino a mamporros. En esos territorios no tan imaginarios, es capaz de desactivar bombas con las que los terroristas plantean terribles matanzas y de terminar con los grupos opositores a base de patadas en el culo.

Para honrar al nuevo zar ruso hay casi de todo: muñecos guerreros para los niños, libros infantiles que cuentan su historia, camisetas, tazas, alfombras, pósters del político con el cuerpo del 007 Daniel Craig (dicen que se le da un aire)... Y música. Se cantan canciones para todos los gustos, pero una de las que más pega cuenta la historia de una chica que deja a su novio por andar por la vida emborrachándose y metiéndose en peleas. Ella quiere a alguien recto, que no beba, que sea fuerte... «Realmente quiero a Putin». El amor y la locura son primos hermanos. Lo sabe Svetlana Frolona, que ha llegado a crear un grupo religioso en Nihzni Novgorod después de que, según su arrebatado testimonio, fuera el propio Jesucristo el que le revelara que Vlad (diminutivo cariñoso de Vladimir) es la reencarnación en la tierra del apóstol San Pablo. «Amo a Putin como nuestro comandante número uno, el capitán de nuestro gran barco, y él es digno de nuestro amor», dijo en su día la líder del grupo.