Nunca salí de Cuba
El régimen cubano sobreactúa como si la isla estuviera a punto de ser invadida por los marines
Actualizado: GuardarEn el 53º aniversario de la revolución el presidente Raúl Castro notificó que el Gobierno cubano proyecta reformas en la política migratoria vigente y ese día, seguro, la memoria de los balseros se estremeció en su tumba oceánica del Caribe. Porque de Cuba no se emigra; se huye. En el recuerdo pervive la interminable regata de 70 millas hasta Florida en la que se embarcaron durante años los fugitivos de la cárcel revolucionaria, osados navegantes en veleros de goma neumática, cadillacs flotantes, navíos de 'poliespán' de embalar electrodomésticos y precarios bajeles de caña de azúcar. Desde las playas y el malecón, con rumbo noreste, navegaron hacia la libertad o el sueño eterno huyendo de los barbudos que convirtieron la utopía igualitaria en un régimen de miedo y sospecha blindado en sus dogmas, por los comisarios, funcionarios y monaguillos del régimen. Pero el infierno del aislamiento, que se multiplica dentro de una isla, se convirtió en una tortura sicológica insoportable cuando el turismo occidental empezó a aterrizar en el aeropuerto José Martí haciendo ostentación de todo lo que escaseaba en la patria de Carlos Puebla.
La ansiedad por lograr unos espejuelos (gafas de sol) fabricados por los imperialistas; por atrapar cualquier signo del mundo exterior, consumieron muchas energías del pueblo cubano que desarrolló toda una ocupación paralela y picaresca para embolsarse unos pocos dólares y alimentar el sueño de la libertad y el consumo. La obsesión por escapar de la isla llenó de mulatos Miami y los cayos de Florida, porque durante los buenos tiempos los guardacostas estadounidenses desembarcaban con mimo en los muelles del Imperio a los balseros perdidos y deshidratados. Pero, con el tiempo, dejó de ser rentable como propaganda anticastrista exhibir a los disidentes. Washington cambió de humor y decidió repatriar a Guantánamo a los fugitivos. La isla se ha convertido en una cafetera a punto de estallar, sin horizonte, sin sueños; ni siquiera sufre espejismos. Entonces el hermano del caimán ha querido levantar un poco la válvula de la presión y promete cambios en el ir y venir de Cuba al resto del mundo. Todo suena a cinismo revolucionario aunque resulta revelador que el octogenario general se lamente amargamente de los obstáculos que su presunta reforma de la revolución está encontrando en el inmovilismo de los funcionarios cubanos. Ahora resulta que el monstruo burocrático y privilegiado que crearon los insurgentes de Sierra Maestra no solo impide que las plazas de la Habana se llenen de indignados -como en El Cairo- para tirar al mar la gerontocracia opresiva de los Castro. También se han constituido en el auténtico poder fáctico que defiende sus prebendas y se atrinchera tras los eslóganes de hace cincuenta años como si Bahía Cochinos estuviera a punto de ser invadida por los marines.