El ácido de la venganza
Actualizado:Ameneh Bahramí tenía que depositar diez gotas de ácido en cada uno de los ojos del hombre que la desfiguró el rostro hace siete años. En Irán, la ley de Talión, o la de Ghesas, su equivalente islámico, estipula que el agresor debe sufrir el mismo daño que inflingió a la víctima. El domingo, en el último minuto, le perdonó. Este caso ha devuelto a la actualidad el dolor de estos ataques, muy extendidos en los países asiáticos, y sobre todo en Bangladesh. Hasta allí ha viajado V para desentrañar las claves de tanto odio.
Mossamat Selina vive puerta con puerta con su enemigo. Ya ni siquiera se atreve a salir sola de la pequeña cabaña que habita junto a su marido y sus dos hijos. Y lo peor es que nadie la protege. En abril de 2010, aprovechando la oscuridad de la noche, el hermanastro de su marido la roció con ácido sulfúrico cuando regresaba del baño comunal que comparten varias familias de este poblado del centro de Bangladesh. Tuvo suerte. Le salpicó el hombro y parte de la espalda, pero el líquido no le alcanzó la cara. «Sentí cómo me hervía la piel, cómo se me quemaba la carne», recuerda con palabras entrecortadas. Tardaron días en llevarla a un hospital de la capital.
Después de varios meses de tratamiento, las secuelas son evidentes y le impiden moverse con normalidad. Pero, a diferencia de lo que ha sucedido en Irán con el caso de Ameneh Bahramí, la mujer que ha rechazado la ley del Talión para quien la dejó desfigurada, nadie va a pagar por este crimen. «La Policía asegura que no soy capaz de reconocer al agresor porque era de noche, pero le vi perfectamente», asegura Selina, de 30 años, que ahora espera con miedo dar a luz al bebé del que está embarazada de seis meses. «Todavía me amenazan, pero tienen dinero y pueden comprar a los policías y los jueces», explica.
Y todo porque la familia de su enemigo quiere hacerse con el terruño que ocupa su vivienda. «Quieren venderlo, pero no tenemos a dónde ir. Mi marido trabaja en el taller textil de al lado, y carecemos de dinero para mudarnos a otro lugar». Sin embargo, Selina está convencida de que terminarán por echarlos. «Puede que vuelvan a atacarme, y temo por mis niños». Pero Selina no encuentra empatía a su alrededor. Incluso el pueblo le ha dado la espalda, muestra de lo arraigada que está la 'violencia del ácido' en Bangladesh.
El suyo no es un caso aislado. Curiosamente, la disputa por la propiedad de las tierras es la principal causa de este tipo de agresiones. Aunque está muy extendido que son producto de la violencia machista, no siempre es así. Las razones se esconden en el complejo engranaje que empuja a la sociedad bengalí. Sin duda, ellas son las más afectadas, y sufren siete de cada diez ataques, «pero porque son las más débiles de una sociedad que las margina en todos los aspectos», matiza Shirin Akter, trabajadora de la ONG Ayuda en Acción.
Según datos de la Fundación de Supervivientes del Ácido, más de un tercio de los ataques están motivados solo por cuestiones económicas, y su porcentaje va en aumento. Ese fue el detonante en 22 de los 36 casos que tuvieron una víctima masculina el año pasado, y en 31 de los 86 casos en los que el objetivo de la agresión fue una mujer. No obstante, en el caso de ellas, la segunda motivación más importante de los criminales tiene que ver con el rechazo sentimental o sexual (18 casos en 2010), seguido de disputas en el matrimonio (9), y de peleas por la dote (9). «Lo más preocupante es que el rechazo a mantener relaciones sexuales o a casarse es el principal motivo de agresión en los casos en los que las víctimas son niños», lamenta Monira Rahman, responsable de la fundación. Muchos sufren las consecuencias de venganzas que tienen como objetivo a sus padres. Es el caso de Rahima y Fatema Khatun, dos hermanas que fueron rociadas con el ácido que iba destinado a su madre, Mamataz Mahal, cuando tenían solo cuatro y año y medio, respectivamente. Aunque sus heridas no fueron tan graves como las de su progenitora, que perdió un ojo y casi toda la vista del otro, sí que han marcado su vida desde 1990, cuando se produjo el ataque.
«Fatema tiene ya 20 años y con sus heridas nadie la aceptará si no ofrecemos al menos 80.000 takas (unos 820 euros) de dote», asegura la madre. No obstante, los gastos médicos han arruinado a esta familia. La calidad del hombre con quien la van a casar ya no importa. A Rahima la cedieron en matrimonio a un amigo de la familia que supera en 21 años su edad. Y gracias. «Tengo que deshacerme de ellas o no tendrán ningún futuro», explica.
154 personas sufrieron ataques con ácido en 2010. ¿Pero por qué se utiliza esta sustancia como arma? La respuesta es sencilla. «Es fácil de conseguir, porque se utiliza para dar color a la tela en las fábricas textiles, y es muy barato. Con 20 takas (unos 20 céntimos de euro) se puede adquirir suficiente para un ataque», explica Akhter. Y este periodista ha podido comprobar que, a pesar de la ley que pretende controlar el uso del ácido, es muy sencillo conseguirlo.
El rostro de la bella Neelu
Así, no es de extrañar que se registraran 115 casos en todo el país. Pero sí que solo se dictasen siete sentencias. Únicamente el 10% de los agresores termina cumpliendo algún tipo de condena, y en la mayoría de las ocasiones es corta. Asia Khatun, una mujer que fue atacada con ácido nítrico por un sicario contratado para amedrentar a la familia, y conseguir así que accediese a vender su terreno, se conforma pensando que «al final, Alá siempre hace justicia».
Pero no todos esperan a que Dios tome partido: el gran número de agresores que está libre demuestra que no lo hace a menudo. Es el caso de Neelu. Tiene 17 años, pero ya ha sufrido más que la mayoría de los ancianos. Su historia roza el surrealismo. La casaron a los 14 con un hombre de 35 que trabajaba en Arabia Saudita. Solo vio a su marido el día de la boda, y nunca más hasta ocho meses después, cuando, como manda la tradición, se mudó a casa de sus suegros. A pesar de la reconocida belleza de la chica y de su corta edad, el padre de Neelu pagó a la familia del marido 130.000 takas (1.450 euros) en concepto de dote.
Por lo visto, la suma no los satisfizo, y Neelu descubrió que el marido pretendía venderla a un saudí por 250.000 takas. Sin duda, un negocio redondo. Pero la adolescente plantó cara y se negó a viajar con su esposo. Demasiado carácter para una mujer, debió de pensar él. Y, tras una discusión, arrojó ácido sobre el rostro de Neelu. Los suegros estaban presentes, pero no movieron ni un solo dedo para socorrerla. «Se fueron corriendo», recuerda.
La adolescente se derrumbó. A pesar de los trasplantes de piel, la belleza de la que tan orgullosa estaba Neelu se esfumó. Desapareció también la ilusión por haber sido aceptada en un instituto al que pensó que ya nunca iría. Fue entonces cuando SHARP, una organización local que cuenta con el apoyo de la ONG española Ayuda en Acción, le hizo ver la realidad desde otra perspectiva. La indignación se apoderó de ella y decidió hacer todo lo posible para que encerraran al que todavía hoy es su marido.
Un juez lo condenó hace un año a pena de muerte, que podría ejecutarse en breve si no prospera la apelación que ha interpuesto. «Es lo que se merece», sentencia Neelu, que reconoce en un susurro furtivo estar viéndose con «un buen chico» de Dacca. Ella es de las pocas que han conseguido rehacer su vida y mirarse al espejo con una sonrisa. Pero su caso ahora sirve a muchas víctimas más para convencerse de que hay esperanza. «No sé si tendré éxito en la vida, pero me conformo si consigo ayudar a quienes han sufrido lo mismo que yo».