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Doña Letizia llegó, stop

Un beso de los príncipes, de lo más normal y matrimonial, levanta oleadas de admiración

Arantza Furundarena
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Ya hay respuesta a una pregunta que amenazaba con tornarse esotérica: ¿Dónde está Letizia? Bueno, pues doña Letizia está por fin en Mallorca. Ayer por la mañana posó con el príncipe, que lleva varios días en la isla, y con sus dos hijas en el Real Club Náutico de Palma para consuelo y alivio de cronistas regios, curiosos y cotillas, que andaban inquietos y desasosegados por su ausencia. A algunos les pasa con la familia real lo que a muchos niños con sus mamás. Las necesitan en casa cuando vuelven del colegio aunque solo sea para sentirse seguros, para constatar que todo sigue en su sitio. Ayer, en la segunda jornada de regatas de la Copa del Rey Audi Mapfre todo estaba en su lugar. Pasadas las once de la mañana, hicieron su aparición la reina, al volante de un coche en el que también viajaban su hija Cristina y sus nietas, Victoria e Irene, y el príncipe, al volante de otro vehículo, con la princesa y sus dos hijas, Leonor y Sofía. Letizia, cuyo atuendo a menudo obsesiona y marca tendencia, llevaba un sencillo minivestido blanco sin mangas con algún bordado y abundantes nervios (el vestido). Unos lo calificaron de ‘baby doll’ otros lo encontraron ‘ad lib’ y hasta hubo quien lo comparó con el del ‘La, la, la’ de Massiel. Tras el posado de rigor, penetraron en el Real Club Náutico de Palma para dirigirse a los barcos. Y fue ahí donde comenzó el auténtico festival visual. Acostumbrados como están a contemplar sin preguntar (ven mucho cine mudo), los cronistas regios son expertos en descifrar señales (¿Se llevan bien las cuñadas?), traducir el lenguaje no verbal (¿Hay pasión entre los príncipes?), rastrear indicios con más pericia que un trampero de Connecticut (¿Por qué no hay una sillita adaptada para niños en el coche de la reina?), adivinar el futuro (¿vendrá mañana el rey al Club Náutico?) Vamos, un cruce entre Jiménez del Oso y Félix Rodríguez de la Fuente. De hecho, ayer, al constatar la reconcentrada fijeza con que, tras unos arbustos, observabamos a la familia real, me vino de golpe a la mente la mítica sintonía de ‘El Hombre y la Tierra’.

Señales hubo de sobra. Pero todas de normalidad y buen rollo. Además de ese beso en los labios con que se despidieron Felipe y Letizia, tan normal como el de cualquier pareja bien avenida, el príncipe subió a pulso a cada chiquilla a su barco. La infanta Cristina, riendo, pedía que la cargara a ella también. Letizia se resistió a ser izada, pero su marido la elevó con un solo brazo (nuevo comentario sobre el peso pluma de la princesa). La reina ejecutó un (más difícil todavía) arriesgado salto entre dos veleros. Irene repetía «Estoy sudando», la infanta Sofía se enroscaba en una pierna de su madre... «Portaos razonablemente mal», les recomendó con un guiño el almirante del Aifos, antes de que las primas (formales, de poco riesgo) se fueran a tomar un refresco.