Al R que corresponda
Este pintoresco redescubrimiento de la esclavitud en la sociedad española del siglo XXI, cada vez más común
Actualizado:Salvo que suceda algo muy raro, el próximo presidente del gobierno español tendrá un apellido que empieza con R y peinará canas en la barba. Lo primero es completamente anecdótico. Lo segundo, hasta cierto punto. En toda la historia de la democracia española nacida de la Constitución de 1978 será la primera vez que el jefe del Ejecutivo acceda al cargo pasados los 50 años de edad. Eso no solo nos lleva a presumirle una madurez y una experiencia que en ese trance no tuvieron sus antecesores, sino que le hará contraer una responsabilidad especial con las generaciones más jóvenes, ya sean muchos o pocos los votos que recaude entre ellas. No solo por ese sobado tópico de que los jóvenes son, en términos generales, el futuro de una sociedad. Sino porque los jóvenes españoles de hoy, en particular, tienen ante sí un arduo presente y un incierto porvenir.
Uno de los problemas más sangrantes de la juventud española tiene que ver con la recompensa que se ofrece a sus esfuerzos. Como es bien sabido, las angostas perspectivas actuales en ese terreno han llevado a no pocos de nuestros jóvenes (y a muchos de los mejores) a hacer las maletas y buscar otros aires donde vender sus energías y su talento. Los demás, los que no quieren o no pueden, por el motivo que sea, dar ese paso, se encuentran con irritante frecuencia con una oferta que, al estilo de las que popularizara Marlon Brando, no se puede rechazar: o aceptas trabajar sin contraprestación (o a cambio de una contraprestación tan inferior al valor de tu trabajo que en la práctica supone una gratuidad análoga) o ahí está la calle y ya sabes que está llena de gente dispuesta a aceptar lo que sea.
Este pintoresco redescubrimiento de la esclavitud en la sociedad española del siglo XXI, cada vez más común (y no solo entre los más jóvenes) es uno de esos fenómenos contra los que un gobernante debería desplegar toda la artillería del estado de Derecho, y que hoy por hoy están, en cambio, saliendo impunes. El emprendedor que da un trabajo que no paga en lo que vale (pero cuyo fruto vende, al mejor postor) es dudosamente un emprendedor y desde luego no es el que necesitamos, aunque sea el que al calor del miedo a la intemperie y del ansia de cobijo de la gente estamos estimulando. Un empresario así no espabila para crear valor, para ser competitivo o para ser excelente: le basta con apropiarse del sudor de la persona en situación de necesidad, a cambio de vagas promesas que nunca se concretan. Quienes usan así nuestra fuerza de trabajo y el vigor de nuestra juventud son un cáncer que retrasa nuestra recuperación.
Al R que corresponda: si hay que apretarse el cinturón, nos lo apretaremos. Pero por la higiene económica y social del país, haga todo lo preciso para erradicar esta nueva esclavitud.