Echar el cierre
Actualizado: GuardarLas ciudades no se están quietas, ya que su esencia es cambiar, incluso de habitantes. Cuando llegué a Madrid, en 1945, tenía solo un millón de pobladores. El famoso «millón de muertos» del que habló Dámaso Alonso. Todo ha variado como es natural y antinatural, pero ahora se está registrando una transformación doble: la de los balcones y la de los escaparates. O errar o quitar la banca, pero la banca se ha quedado con más de 70.000 viviendas en toda España, por impago de hipotecas desde que comenzó la maldita crisis. El panorama es terrible, pero no puede verse desde dentro porque los pisos están vacíos. En los balcones hay letreros de ‘Se vende’. Son tantos como los que anuncian que ‘Se compra oro’, pero quien tiene un piso no tiene un tesoro. El que tiene un tesoro es el que encuentra a un comprador que pague al contado.
Las cajas también tendrán que echarle el cierre a 2.000 sucursales. La reestructuración del sector es tan difícil como la de cualquier otro, desde que empezamos a presumir de tener los jubilados más jóvenes del mundo, del mismo modo que aquel circo se jactaba de tener a los enanos más altos. Entre unas cosas y otras, que son las mismas, están consiguiendo que las ciudades sean diferentes. En los escaparates hay menos personas, no piensan entrar después de mirar los precios, y en los balcones se exhiben albaranes en señal de alquiler. Antes la gente se mudaba mucho de casa. Bastaba que un vecino le cayera antipático porque no saludaba en el ascensor, sin tener en cuenta que no estaba obligado a hacerlo porque en aquellas casas no había ascensor. Siempre somos injustos con la gente que nos cae mal, pero entonces tampoco había elecciones y no podíamos demostrarlo.