Sverre Bjorkavag. :: E. C.
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«Nadie debería tener que pasar por ese miedo»

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«Era un hombre grande y valiente, estoy seguro de que murió tratando de proteger a otros de ese hombre armado. Debe de haber sido terrible para él, al final, como lo fue para todos ellos, debe de haber tenido un miedo terrible. Nadie debería tener que pasar por ese miedo». El que habla es Bjarte Bjorkavag, un fornido noruego de 54 años y cabello gris que perdió a su hijo Sverre, de 28, en la matanza de la isla de Utoya.

En las decenas de fotografías de las víctimas mortales que difunden estos días las agencias destaca la imagen de Sverre Bjorkavag. No era el prototipo de nórdico, pero tampoco un estandarte de esa diferencia que Anders Behring Breivik pretendía destruir. Vivía en Sula, a ocho horas en coche al norte de Oslo, cerca de Alesund, un municipio de 40.000 habitantes famoso por el bacalao de su puerto pesquero y punto de atraque de cruceros. Sus 28 años transcurrieron en una comunidad tradicional de uno de los países más ricos de Europa, casi con pleno empleo, grandes coches, casas de veraneo junto al lago y vacaciones en el extranjero para huir del frío invierno nórdico.

La última foto

Sverre, que vivía en un apartamento independiente dentro del hogar familiar, era un habitual de los campamentos del Partido Laborista, explica su padre al diario británico 'The Telegraph'. La emoción de Bjarte Bjorkavag se desborda cuando contempla la última foto de su hijo en la isla: muestra a un gigantón entre una multitud, feliz a la luz del sol. «Ese es mi hijo».

Sverre llamó poco después de que el coche bomba estallara en Oslo. «No te preocupes, papá, todo está bien aquí». Pero poco después la televisión empezó a hablar de Utoya, y llegó un mensaje muy diferente: «Estamos escondidos en la orilla del lago». Los padres decidieron no responder, para no distraerle o ponerle en peligro con el sonido del teléfono. Nunca olvidarán el siguiente mensaje de texto: «Os amo a todos». Hasta seis días después no pudieron confirmar que una bala de odio había acabado con este enfermero psiquiátrico al que, sobre todo, le gustaba ayudar a la gente.