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Arnold Schwarzenegger contempla el mastodóntico biceps de una estatua de sí mismo en Idaho. :: EFE
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La meca de Arnie

GENTE Igual que el jamón, la pasta o el inodoro, Arnold Schwarzenegger ya tiene su propio museo

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Tenemos museos del vino, del jamón, del chocolate, incluso de la alpargata... Existen museos de cera y museos de los horrores. En Nueva Delhi dicen que hay uno dedicado al inodoro. Yo estuve allí hace muchos años, pero no lo vi. Es más, tras un mes recorriendo India, casi llegué a la conclusión de que el invento del inodoro apenas había calado en aquel país. Los italianos tienen el Museo de la Pasta (no de la pasta gansa, sino de la que se come). Y los americanos de Michigan, el Museo de la Pasta de Dientes o sea, de la que se escupe. Pero la última y más impactante aportación en materia museística acaban de hacerla los austriacos, al abrir el primer (y supongo que último) museo dedicado enteramente a la figura del inefable Arnold Schwarzenegger.

Está ubicado en la casa natal del actor, dentro del pueblo de Thal Bei Graz, en la región de Estiria, y en él se pueden admirar, entre otras piezas de museo, las primeras pesas con las que Arnie (criaturita) comenzó a entrenar de adolescente y que supongo serán de unos cien kilos cada una. Y es que ya de niño Schwarzenegger, que dejó su pueblo a los 19 años, apuntaba maneras de culturista. En todo lo demás, sin embargo, «nunca fue muy remarcable», según ha comentado un vecino que por lo visto le aprecia. Con el tiempo le apodaron 'El roble de Estiria'. Pero bien podrían haberle apodado el tocho, o incluso el marmolillo de Estiria, por su escasa o nula expresividad. Ahora, en ese curioso museo levantado a la mayor gloria de Arnold (con la ayuda del propio Arnold) podemos encontrar también el escritorio que utilizó nuestro héroe como gobernador de California (nuevo a estrenar, seguro). Y así, hasta mil objetos ligados a su intensa y a menudo polémica biografía, lo cual viene a demostrar, me temo, que Arnold es hijo de una de esas madres que todo lo guardan. Desde el molde metálico en el que le cocinaba a su pequeño (si es que Schwarzenegger fue alguna vez pequeño) su 'strudel' favorito, a la cuna donde le cantó las primeras nanas y que milagrosamente sobrevivió a las primeras 'pataditas' de Terminator.

Cinco euros cuesta la visita a esta meca arnoldiana inaugurada el pasado fin de semana, coincidiendo con el cumpleaños del actor. Sesenta y cuatro le cayeron el sábado a Schwarzenegger, quien desde que salió a la luz lo de su hijo secreto y su mujer le pidió el divorcio no anda muy sobrado de alegrías. El sábado, por lo menos, pudo soplar las velas junto a sus cuatro hijos mayores, incluido Christopher, ya por fin recuperado de un grave accidente playero. También se vio por allí a María, su ex. Pero esta no se sabe si acudió a soplar las velas o a soplarle a él algún insulto a la oreja. Arnold tiene por delante un peliagudo divorcio, cuya sentencia final promete ser algún día la pieza más cotizada de su museo.