Somalia es otro mundo
Una cosa es practicar la memoria sentimental de la hucha del Domund en versión digital y otra involucrarse
Actualizado: GuardarTodos somos Noruega' según el eslogan al uso, pero no 'Todos somos Somalia'. Así están las cosas, o así son. Hay una razón psicosociológica bastante simple para esto: somos Noruega porque sentimos que lo ocurrido allí puede sucedernos a nosotros, pero no somos Somalia porque su hambruna es impensable en nuestra dimensión de la realidad, más lejana que el fondo de armario de Kate Middleton o la existencia de hielo en Marte para bromear sobre gin-tonics sin fin. El tercer mundo queda más lejos que la cuarta luna de Plutón. Esos mundos terceros equivalen a planetas de otra galaxia. Aunque Somalia esté ahí al lado, apenas a 6.000 kilómetros, está más lejos que Sidney a 18.000 o incluso la luna a 400.000. En definitiva el drama africano no vende porque no es nuestro drama. Ni siquiera es contagioso. Cualquier reportaje sobre cremas solares o adulterio tira más que la hambruna en el Cuerno de África.
Somalia está bien como nuestra pequeña dosis biempensante de horror. Estamos dispuestos a ver unas fotografías dramáticas, a experimentar un estremecimiento incluso con humedad en los ojos, y a protagonizar un instante de solidaridad casi 'cool' conectándonos a la cuenta de Unicef, Save the Children, Cruz Roja o Manos Unidas. pero probablemente solo hasta ahí. Una cosa es practicar la memoria sentimental de la hucha del Domund en versión digital y otra involucrarse en la realidad de la hambruna -tecnicismo extremo de un problema cotidiano- y las consecuencias de dos años sin agua en la región. No es nuestro problema. Ver fotografías nos hace sentir mejores, pero otra cosa es interiorizar los males de fondo para que allí un niño supere más de cinco veces la desnutrición que Naciones Unidas considera una emergencia, con el ganado muerto y una inflación exorbitante para el arroz mientras las madres abandonan en los caminos a sus hijos más débiles para ver si sobrevive otro. Hay que mantener bajo control nuestra pequeña dosis biempensante de horror.
Naturalmente las sociedades occidentales bajo 'la tentación de la inocencia' tranquilizamos la conciencia culpando a los políticos por su insensibilidad; versión humanitaria del 'piove, porco Governo'. Pero esos dirigentes actúan según las prioridades de la sociedad, y sencillamente su indolencia es el espejo de todos. A pesar de las advertencias sobre el efecto global de un tercer mundo hambriento formuladas desde hace décadas por politólogos como Drucker o Brzezinski, al final lo confortable es el control de los flujos migratorios y esos minutos de realidad en el Telediario para sentirnos mejor. Esta catástrofe africana estaba en las agendas desde hace meses, pero está fuera de la 'indignación' primermundista.