Procústeos o ergonómicos
PROFESOR Y ESCRITORActualizado:Parece que por fin vamos siendo capaces de fijar los extremos opuestos del confuso espectro en el que nos vemos obligados a movernos los que andamos en esto de la Cosa Educativa. Algo así como un «ser o no ser» existencial, aunque con rebajada pretensión filosófica y huérfano, cómo no, de los ecos trágicos del mundo shakespeareano. Frente al modelo educativo que obliga al alumno a esforzarse por alcanzar ciertos mínimos, el esquema contrario que exige al sistema adaptarse a las necesidades (o las ganas) de aquél. 'That is the question'. Pero vayamos por partes.
Posadero ático, Procusto ofrecía hospedaje a los que deambulaban por estas remotas regiones, invitándolos a acostarse en su famosa cama de hierro para, una vez dormidos, atarlos a sus cuatro esquinas y proceder, a continuación, a serrar pies y manos de quienes se excedían en la medida o, por el contrario, a descoyuntar, a fuerza de estirarlos, los cuerpos que no se ajustaban a las dimensiones del lecho, pues siendo este secretamente regulable podía ser acortado o alargado según la maligna voluntad del hospedero. Como se ve, no se trata sino del relato en términos mitológicos de la tiranía de la uniformización y del sometimiento de los hechos de la realidad a las ideas preconcebidas.
Por su parte, la ergonomía se nos presenta como ciencia, o técnica, que trata de concertar las exigencias de cualquier tipo de sistema o ambiente con las habilidades mentales y físicas y con las limitaciones del ser humano, a fin de optimizar el rendimiento global del mismo. Como se ve, dos enfoques totalmente opuestos sobre este asunto capital: someterse a los requerimientos del medio o modificar éste en función de nuestras propias pretensiones.
Todo esto viene a cuento del informe final que la inspección educativa ha redactado a partir del seguimiento del que ha sido objeto el IES San Juan de Dios, centro donde ejerzo mi labor profesional. Días atrás, en claustro extraordinario, llevando con tacto en una mano la rienda de la mesura y, en la otra, la de la formalidad de su función, nuestro inspector nos comunicó sus conclusiones sobre lo que durante todo el curso escolar ha ido observando en relación con los diversos aspectos de la práctica docente. Según su fundado diagnóstico nuestro funcionamiento se ajusta en general al dictado de la ley, con algún que otro aspecto mejorable, pero como conclusión, ahí es donde voy, el inspector nos recomendaba que ante cualquier escollo en nuestro diario quehacer debíamos abandonar toda veleidad «procústea» (sic) y mostrarnos siempre decididamente ergonómicos. Henos ya aquí ante la madre del cordero. Frente a los impíos métodos del posadero la salida de emergencia filantrópico-ergonómica.
Por ahí van los tiros. Todos los esfuerzos de nuestro sistema educativo están centrados, y aun concentrados, en el afán de allanarles el camino a todos aquellos alumnos que manifiesten cualquier tipo de dificultad en alcanzar la meta de la titulación. La obtención del título por parte de nuestros jóvenes se ha convertido en obsesión para el implacable mecanismo político-educativo. De la misma forma que desde las altas instancias europeas se fiscaliza el estado de nuestras finanzas patrias, desde ahí mismo no nos quitan ojo con respecto a los resultados de nuestro modelo educativo. Resultados que se miden en función del dato estadístico de la proporción de nuestros titulados con respecto a los demás países de nuestro entorno, y viene a ocurrir que también en esto vamos perdiendo el partido por goleada.
Esta vergonzosa realidad puede ser cuando menos maquillada con el aumento a toda costa el número de alumnos que al final de su periplo por la secundaria salgan con su pedazo de título bajo el brazo. Y en ese afán, la capacidad ergonómica del sistema se manifiesta como la piedra filosofal del éxito. A la rebaja de los contenidos en las programaciones y de la exigencia por parte del profesorado en el día a día de las aulas, se suman las adaptaciones curriuculares, los programas de diversificación para alumnos que no dan la talla y, en última instancia, los PCPIs, oscura denominación que envuelve el regalo final del título para los abocados al abismo del fracaso tras años de estéril paso por las aulas.
El coste real de este obligado paternalismo se manifiesta, por un lado, en la pérdida de valor de una titulación que por uno u otro camino acabará obteniendo hasta el alumnado con dificultades especiales, y por aquel otro más sangrante, en el daño que está produciendo en aquellos alumnos realmente valiosos que son invitados diariamente a una acomodación que puede acabar dando al traste con el brillante desarrollo personal e intelectual que sus capacidades le brindan. El profesorado que el sistema invierte en los «casos perdidos» se echa de menos, por ejemplo, en la oferta de optativas a la hora de confeccionar los bachilleratos.
Pero, claro, las circunstancias mandan e, independientemente de que nuestro mundo funcione según el modelo de la posada de Procusto, el profesor exigente deberá resignarse si no quiere ser tachado de procústeo, mientras que recibirán el honroso calificativo de ergonómicos todos aquellos que opten por no darle un palo al agua. 'That is the question'.