La Pequeña Noruega también llora
En Alfaz del Pi (Alicante) viven ocho mil noruegos, la segunda mayor colonia del mundo
Actualizado: GuardarGunnar tiene 38 recios años. Rubio, fornido y de rostro seguro. Pero lleva tres días fastidiado. Una otitis le está matando. Demasiadas horas en el mar. Gunnar aguarda en la sala de espera del 'Legekontoret'. Espera turno para que le atienda el doctor Vidar Hjelset. Aunque el dolor de su oído no es el que más le tortura. «¿Sabes? Yo he estado allí muchas veces.». Allí es Utoya, la paradisíaca isla noruega tornada en un infierno de sangre por la mano de un fanático. Gunnar ojea el 'Aftenpoften', un periódico noruego que ayer dedicaba 30 páginas a la masacre protagonizada por Anders Behring. Desde la portada le miran Marianne, Jamil, Syuert., adolescentes acribillados. «Él también ha estado en la isla.». Gunnar mira a un zagal rubio que juega arrodillado con un camión en el suelo de la consulta. El recio noruego se ablanda. Cierra los ojos en un gesto más sentido que un simple pestañeo. Gunnar mira a Simon, su hijo de seis años. «Hemos ido varias veces a Utoya a bañarnos, a pescar. Simon ha jugado en el agua con los peces entre sus piernas. Y ahora todos esos chicos ensangrentados.».
«El dolor llega hasta muy lejos.». Gunnar no estaba en el corazón de Oslo, ese convertido en Kosovo por obra y gracia de Anders Breivik. Gunnar no estaba en Utoya, la mansa isla con nombre de la Tierra Media que hacía las veces de cantera política del Partido Laborista y en la que aún resuenan los tiros. Gunnar estaba a 3.100 kilómetros de Noruega. En Alfaz del Pi (Alicante). Reside en la Pequeña Noruega, esa que hoy también llora a sus 76 fallecidos. «El dolor llega hasta lejos», repite el recio noruego. Llamar a Alfaz la Pequeña Noruega no es excesivo. Fuera de las frontera escandinavas, solo en Londres vive una colonia más abundante de noruegos. El pueblo costero alicantino ha crecido a la sombra de un gigante: Benidorm, a un puñado de kilómetros. En sus calles empinadas y por las que se cuela la brisa del Mediterráneo llegan a vivir en invierno 8.000 noruegos. En verano la cifra se reduce a 2.400. Aquí tienen cuatro centros médicos noruegos, dos colegios escandinavos que empiezan las clases en agosto, la 'Sjomannskisken', su Iglesia del Pescador. Aquí las ópticas son 'optikereen', aquí la intervenida Caja de Ahorros del Mediterráneo es una 'sparekasse', aquí se celebra el 17 de mayo, día nacional de Noruega, con la misma implicación del Ayuntamiento que ante una fiesta autonómica o española. Aquí, en la Pequeña Noruega, es tan fácil como en Oslo degustar en los restaurantes o tiendas de comestibles el salmón o la trucha 'Meunière', el dulce y marrón queso de cabra noruego, sus típicas albóndigas o sus irrenunciables hamburguesas de pescado. En Alfaz nunca nieva, pero los noruegos han traído hasta aquí sus clubs de 'nordwalking', la marcha nórdica con la que recorren las escarpadas cumbres alicantinas con dos bastones de montañismo. Aquí, en el remanso alicantino, los noruegos también lloran.
El balcón del Ayuntamiento de Alfaz amaneció ayer repleto de flores rojas y blancas y mensajes de duelo. Abajo, los llantos arreciaron. Tres minutos de silencio y 400 rostros compungidos. Gunilla (Oslo, 1967) cubre sus ojos con unas gafas de sol. Tiene dos apellidos: Herrera y Noren. El español y el escandinavo. De madre noruega y ahora concejal de Servicios Sociales y Dependencia de Alfaz. Llegó a España con seis añitos. Nació en el mismo barrio administrativo que ahora ha devastado una bomba. Jugó en sus calles. Junto a un muro lleno de pintadas florales. «Con cuatro años iba sola por la calle. Mis abuelos me daban dinero para comprar frambuesas y yo iba solita al mercado. Espero que todo siga igual.», ruega Gunilla.
El lujo del sol
¿Por qué Alfaz y no otro municipio español es la Pequeña Noruega? «Sobre todo por el clima», argumenta la concejal. Un paraíso para los noruegos, acostumbrados a un verano de un mes (julio) y en el que 20 días de sol son ya un lujo. Pero eso abunda en toda España. Hay razones que se remontan 50 años atrás. A mitad del siglo pasado se levantó en Alfaz el 'Solgarden', la Hacienda del Sol, una emblemática residencia para ancianos y disminuidos nacida al calor del clima y que ha ejercido un espectacular efecto llamada sobre los noruegos. O el Club de Noruega, epicentro de toda la colonia y de los pocos en España. El hoy masacrado Partido Laborista noruego está hermanado con el PSOE de Alfaz. Hasta en la Guerra Civil se acordó Noruega de Alicante. Lo destacó ayer el Ayuntamiento de Alcoy con un comunicado de apoyo. El hospital para heridos del municipio se levantó con dinero escandinavo.
El 'Bok Cafe'n', la cafetería-biblioteca centro de reunión de la comunidad noruega en Alfaz, anda estos días cerrado. El luto obliga. Los únicos destellos festivos son un póster de una sangría y otro de un 'Andaluciatur' en el escaparate. Desde el Club de Noruega también guardan dolido silencio. «Los noruegos no son de exteriorizar la pena. Lo llevan por dentro.», argumenta Gunilla.
Olga Hoven la escucha a su lado. A sus 38 años lleva media vida en Alfaz. Trabaja en una inmobiliaria en la que se habla inglés, alemán. y noruego. Ella tramita los alquileres de los chalés de sus compatriotas cuando se marchan en verano. El amor la trajo a Alicante. «Buff.». Es su respuesta cuando se le pregunta qué siente. Señala su piel erizada. «No tengo palabras. No pasaba nada tan grave desde la Segunda Guerra Mundial». Y recuerda con Gunilla una anécdota que lo dice todo de los noruegos. El difunto rey Olaf V iba en metro a esquiar. Solo y sin protección. «¿Guardaespaldas? No los necesito. Tengo cuatro millones de guardaespaldas, mis conciudadanos.», respondía el monarca a los asombrados periodistas.
En la consulta del doctor Hjelset, Gunnar continúa esperando. Aún ojea el 'Aftenpoften'. Desde la portada también le mira Johannes, un niño de 14 años que hasta en la foto parece llorar. «¿Sabes? Aquello nunca va a ser lo mismo. En mi país hasta la Policía patrulla sin pistola. Ahora todo cambiará.». Su rostro se ensombrece. Hasta que observa a Simon. El pequeño sigue jugando con su camión en el suelo de la consulta. Y Gunnar al fin sonríe, allá en la Pequeña Noruega.