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Sociedad

Diego Ventura se lleva una tarde de escasa competencia con Hermoso

El rejoneador corta una oreja de cada toro de su lote y sale a hombros en el festejo de Santander

JUAN MIGUEL NÚÑEZ
SANTANDER.Actualizado:

Una competencia entre Hermoso y Ventura un tanto versallesca. Tanto tiempo añorándolos en un mismo cartel, teniendo en cuenta que entre ambos tienen que dilucidar el primer puesto del escalafón, y resulta que en Santander no ha habido reto entre los dos. Ganó la partida Ventura pero sin gran esfuerzo.

Mendoza salió sólo a medio gas, y falló estrepitosamente en la suerte suprema. El esfuerzo de Ventura fue más aparente, y lo vendió mejor. De relleno en el cartel, Sergio Domínguez, cuyo único mérito para estar con las figuras es de su apoderado, jefe de personal de esta plaza.

Mendoza frenó el ímpetu que tuvo de salida el primero a base de temple y mucho control en las galopadas. Se ajustó en banderillas, dejándose ver, y jugueteó como acostumbra a dos pistas, pero sin el desafío de otras veces. Con el toro aquerenciado cuando empezó a «rajarse», los preparativos fueron más laboriosos, y aunque suene paradójico, también más temerarios. Hubiera «tocado pelo» de haber matado bien. Pero estuvo hecho un pinchauvas, en éste y el siguiente, que fue más apagadito, y con el que también se tropezó las cabalgaduras.

Una vez vencido por si solo el rival, Ventura salió a lo suyo. Seguro y muy a gusto en todas las evoluciones. A su distraído primero le dio «fiesta» a base de estar siempre encima de él. Certero al clavar pero abierto en las reuniones. La clave estuvo en los «efectos especiales», como las tres cortas sin salirse de la suerte, y un desafiante adorno. La contundencia del rejón de muerte fue definitiva para pasear la primera oreja, y todavía hubo una fuerte petición de la segunda. Con el quinto, los pasajes más brillantes llegaron a lomos de Wellington, con unos quiebros limpios y ajustados. Luego vino «lo otro»: los mordiscos del caballo Morante, algo delirante, y más, como las tres rosas y el teléfono en un mismo círculo. El toro, aplomado, ayudó poco para la muerte, pero se cerró y se la jugó Ventura en tablas, ahí con mucha verdad. Un solo rejón, y sobró la penosa agonía del toro, a todas luces innecesaria. En esto tendrían razón los antitaurinos. Sonó un aviso con el toro ya en el suelo, y hubo oreja, la de la Puerta Grande.

Detalle de sensibilidad a cargo Ventura que no hay que pasar por alto: el luto de su cuadra, con lazos negros en todos los caballos para recordar al gran «Distinto», que actuó por última vez en público hace dos semanas en Mejanes (Francia) y murió cuatro días después tras ser operado de una infección en Barcelona. Un caballo que ya está en la historia.

Domínguez cumplió dos actuaciones más que desiguales, plagadas de desaciertos. Los quiebros adelantados, los cites recolocándose continuamente y muchos apuros en general, señal inequívoca de la falta de dominio y seguridad.