Sociedad

No hay leyenda

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

No va a ser una leyenda. Aunque esté a huevo, no lo será. Porque cada pedo que se cogió lo fotografiaron mil paparazzis y diez mil móviles; porque los demasiados conciertos que cantó cayéndose, arrastrada, los colgaron al instante en Internet. No hay imágenes de Janis Joplin (muerta a la misma edad) tan penosas, en ese abandono, acabándose en directo. Ni siquiera vídeos de Kurt Cobain (otro mártir de sí mismo) evidentemente chutado.

La imagen mata la imaginación. Y sin imaginación, el público no puede construir el mito. Por contra, si lees páginas y páginas sobre la disoluta intimidad de Janis Joplin y al cabo escuchas 'Summertime', el mito te atrapa; entiendes, sin saber cómo, que se arruinara sola. El dolor de la canción le atribuye un sentido a las anécdotas oscuras de su vida (anécdotas contadas), sentido tan inefable como la sensación que te provoca esa misma canción.

Así funciona la cultura pop, un modelo que tamiza por su filtro hasta épocas pasadas: las canciones negras de la yonqui Billie Holliday, o las trompetas lánguidas del herionómano Chet Baker. La hermosura de sus obras se funde con las biografías mundanas, superándolas; perdonándolas. Y el pop conforma iconos a los que asociar nuevas promesas. Como pintó Warhol, éste es un mercado de réplicas.

Amy ni siquiera llego a réplica. Fue más la reiteración de una foto punkie, de un accidente sangrando. No fue Elvis en diez colores, sino cien copias vulgares de una dura fiesta de barrio. Pero además, y sobre todo, Amy no era Janis. Ni mucho menos Billie Holliday o Nina Simone. Ni siquiera Kurt Cobain. Amy era solo una buena cantante pop, que con 20 años y un disco estupendamente producido, proyectó la esperanza de emular a todos los anteriores. Pero no llegó.

Porque se emborrachó antes.