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Urbanitas al ataque
En Seattle, cuna de Microsoft y Starbucks, se baten los nuevos ecologistas con los habitantes que quieren más jardín en casa y carreteras para ir al centro comercial
SEATTLE Actualizado: GuardarSeattle es otra de esas ciudades del Pacífico Norte en las que resulta imposible ignorar la naturaleza. Cuando las montañas Olímpicas se abren, la ciudad se desnuda frente al mar con la Aguja del Espacio apuntando hacia el cielo y el verde esmeralda de las Islas de San Juan en medio de la bahía.
La última frontera de los pioneros del oeste que seguían la fiebre del oro hasta Alaska cuando Vancouver ni existía es hoy el escenario de una guerra. La que libran los urbanitas contra los habitantes de los suburbios en todas las ciudades de EE UU. Y "por ahora los primeros están perdiendo cada una de las batallas", lamenta Alex Steffan. De esos suburbios sale el Tea Party (Partido del Té) y cuantos sienten que su estilo de vida a cuatro ruedas está amenazado por la subida del petróleo y las regulaciones medioambientales. Steffan los conoce bien porque Seattle está en primera línea de esa guerra. Después de haber tenido en sus manos el liderazgo ecológico de la costa oeste en los 80 y 90, ahora se va quedando atrás frente a los progresos de Portland y Vancouver, "y la gente con talento empieza a aburrirse y se marcha. Eso es lo realmente peligroso", advierte.
La tarjeta del anfitrión le presenta como "escritor, consultor y futurista planetario", sin que eso se refiera precisamente a las estrellas. Su principal logro es la creación de la página sobre sostenibilidad Worldchanging.org, que Nielsen estima la segunda mayor del mundo en su género. Desde que la fundase en 2003, Steffan inspira a los "verdes brillantes" del planeta, la nueva generación de ecologistas, menos dados que los hippies a abrazar árboles, que no están reñidos con la tecnología e incluso confían en ella para salvar al mundo. Por algo Seattle es la casa de Microsoft, aunque también de Boeing, que además de contaminar los cielos ofrece puestos de trabajo y atrae una inmigración menos preocupada por el medio ambiente.
Seattle es también la cuna de Starbucks pero las sucursales de esta cadena brillan por su ausencia en una ciudad que la generación hippie dejó sembrada de cafés. "Starbucks es nuestro propio Frankenstein, se volvió perverso demasiado rápido", apunta Steffan, "ahora es como la fast food de los cafés". Para nuestro encuentro ha escogido Caffe Vita, que tuesta los granos a mano con una reliquia de 1930 a la vista de todos. La materia prima viene de Nueva Guinea, mediante comercio justo, y una porción de sus ventas se destina a salvar el salmón del Pacífico Norte y la trucha cabeza de acero a través de la organización local Long Live the Kings (Larga vida a los Reyes), que los defiende del embate de las hidroeléctricas.
"Es difícil crecer aquí y no sentir que eres parte del medio ambiente", confiesa Steffan. A excepción de San Francisco, las jóvenes ciudades de la costa oeste se desarrollaron a partir del automóvil y la batalla de sus hijos más conscientes es recuperar los espacios construidos a su medida para disfrute de todos. Por el contrario, en los suburbios quieren más autopistas para conectarse con la ciudad y los centros comerciales, donde resulta más fácil aparcar su monovolumen para seguir persiguiendo la felicidad del consumo.
No es fácil ser ecológico
El sueño del adosado a las afueras no es sostenible, proclama Steffan, un gran defensor del concepto de ecodensidad que aboga por limitar la expansión de las ciudades y construir hacia arriba. "Simplemente no hay sitio para que todos tengan su propia casa con jardín ni nos podemos permitir seguir destruyendo la naturaleza. Y los que viven en los suburbios son también los que tienen casas más grandes, gastan más energía y compran más porque les sobra espacio, pero siempre tienen el garaje lleno de trastos. Está demostrado que la mayor parte de nuestros impuestos urbanos se destina a darles la infraestructura que requieren y para qué hablar de la huella de carbono que supone llevarles comida y bienes de consumo".
Para llegar a nuestra cita se ha entregado con testarudez al escaso sistema público de transportes, a pesar de que ha tenido que retrasarla media hora sobre la marcha porque perdió el autobús y no pasa con mucha frecuencia. No es fácil ser ecológico, pero Steffan aplica la filosofía de "hacer bien las grandes decisiones y no sudar las pequeñas". Eso significa haber escogido para vivir un barrio que se pueda abarcar a pie con un fuerte sentido de comunidad y cierto carácter histórico, aunque tenga que sufrir para llegar al centro.
Según las estadísticas que maneja, cuando las urbes proporcionan un buen transporte público y la densidad es de 14 viviendas por acre (algo menos de la mitad de un campo de fútbol) los habitantes dejan el coche aparcado para usarlo solo los fines de semana. A las 30 viviendas por acre se deshacen de él porque empiezan a encontrarlo engorroso, y generalmente lo es.
Para llegar a Caffe Vita desde un hotel en el barrio de Queen Ann esta corresponsal ha caminado diez minutos entre calles arboladas, ha atravesado el Museo de la Música (EPM) que el cofundador de Microsoft Paul Allen crease en un edificio de Frank Gehry en homenaje a Jimmy Hendrix, hijo predilecto de Seattle, y se ha embarcado tres minutos en el monorraíl que baja al centro cada 15 minutos en un suspiro. Total del trayecto, 15-20 minutos. A la vuelta, tras recoger el coche de alquiler, el recorrido aumenta a 40 minutos, amén de la tensión que genera el bofetón del tráfico.
La última batalla de la guerra medioambiental de Seattle se desarrolla frente a la Bahía de Elliott, esa en la que Meredith Gray toma rutinariamente el ferry para visitar a su McDreamy en la serie 'Anatomía de Grey'. El antiguo viaducto del camino de Alaska es ya una estructura oxidada a espaldas del Mercado Pike a punto de desmoronarse. La vieja guardia quiere sustituirlo por una autopista elevada o un túnel subterráneo, mientras que lo que el 'New York Times' llama 'los nuevos urbanistas' buscan sustituirlo por un parque frente al mar, como el de Portland o Vancouver. Al frente de estos últimos está Mike McGinn, otro alcalde que va a la oficina en bicicleta, como corresponde al expresidente estatal de Sierra Club. "¿Un visionario o un obstruccionista?", se pregunta el rotativo. McGinn cree que "en un momento en que las emisiones de gases invernadero amenazan nuestra existencia, ¿por qué construir algo tan caro que incentiva la conducción?", ha declarado. "No discutimos por una autopista, sino por qué tipo de ciudad queremos ser".