CITA IMPOSIBLE

MARLENE DIETRICH

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Dicen que Marlene Dietrich miraba incesantemente por la ventana de su apartamento en el 12 de la Avenue Montaigne de París, casi enfrente del Hotel Plaza Athenee, donde se había recluido desde mediados de los años 70. Todavía hoy, en los días fríos y grises del invierno parisino, los admiradores de una mujer fatal que asentó buena parte de su mito en la ambigüedad erótica miran con nostalgia a la ventana que escondió su misterio. Sentados en el bar del hotel, algunos viejos del lugar recuerdan su difuminada imagen tras unos visillos blancos de visión imposible. Dicen, incluso, que Billy Wilder, su amigo y director en varias películas, llegó a esperar quince días para verla, aunque al final solo consiguió una conversación telefónica de menos de cinco minutos. Lo había sido todo en el cine, la actriz, el estereotipo ambiguo de la mujer andrógina y fatal, el erotismo de cuerpo y voz o el triunfo absoluto en el 'star system' de Hollywood. Y de repente, cuando el otoño triste de su belleza marchita se presentó sin cita previa, la diva dejó Nueva York y se recluyó en un apartamento de París, con una criada que indefectiblemente decía al teléfono que la señora no estaba en casa. ¿Qué sentía Marlene Dietrich tras su ventana de reclusión y soledad? ¿Por qué decía al teléfono con su grave voz y su acento alemán que ella misma nunca estaba en casa? Y, ¿qué pensaba cuando sus admiradores le hacían llegar cientos de rosas? Nadie lo sabe. Y el caso es que pasear por la calle de su casa solo acrecienta en la cita imposible de su recuerdo la incógnita nostálgica de su misteriosa y querida soledad. ¿Se dio cuenta del final? Puede ser. Quizás entendió que el encanto de la belleza radica en su misterio. Un misterio que nunca perdura.