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Editorial

Decisión acertada

Con su dimisión, Camps opta por la mejor salida a su situación personal y la de su partido

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La dimisión de Francisco Camps como presidente de la Generalitat ha sido la decisión más acertada y conveniente que podía tomar tanto en el plano personal como para su partido. La aceptación de la culpa en el asunto de los trajes, que le hubiera permitido acogerse a una sentencia de conformidad con la que eludir el bochorno del banquillo en un juicio con jurado, hubiese incapacitado de todos modos al presidente valenciano para continuar en el cargo. A fin de cuentas, tal solución implicaba la existencia de antecedentes penales por un delito doloso, circunstancia que, según el régimen disciplinario del PP, obliga a la expulsión del militante que se halle en tal coyuntura. De ahí que Camps, tras un amago de acudir al juzgado con la conformidad, tuviese ayer el rapto de realismo y responsabilidad de presentar su dimisión de la presidencia de la comunidad valenciana. Al fin se percató de lo insostenible que hubiera resultado persistir al frente del Ejecutivo tras admitir nada menos que un delito de corrupción económica, relacionado con el 'caso Gürtel que aún debe sustanciarse pero que es de una gravedad extrema. Lo que no acaba de entenderse es la razón por la que, siendo este desenlace tan previsible -las pruebas contenidas en el sumario del juez Flors son abundantes y contundentes-, Génova permitió que Camps encabezase la candidatura a la presidencia de la comunidad valenciana, generando de paso el chirrido institucional que acaba de producirse. De cualquier modo, este desenlace libera a Rajoy del más pesado de los lastres derivados del 'caso Gürtel'. El líder del PP ya podrá comparecer como candidato en las generales sin las pesadas rémoras derivadas de este episodio, mientras su antagonista del PSOE todavía seguirá envuelto previsiblemente en diversos escándalos vivos, como el 'caso Faisán' o los ERE de Andalucía. La dimisión de Camps se ha producido tras dos años de investigaciones y contradicciones pero, al cabo, la fuerza de la Justicia y la presión del propio sistema democrático han restablecido los equilibrios perdidos. En este sentido, tenemos que congratularnos de que la democracia tenga este potencial de autorregeneración, que consagra la primacía inexorable de la ley y de los grandes valores constitucionales.