vuelta de hoja

Informes forenses

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Scotland Yard no es lo que era en las películas y en las novelas policiales, pero también han cambiado mucho las víctimas de los asesinatos. Varían de verdugos según los tiempos y los investigadores. Habrá que confiar en Tintín, que es el mejor suplente de Sherlock Holmes. Solo él puede aclarar algunos casos que cada día están más turbios. Sean Hoare, el reportero de ‘The Sun’ que destapó el escándalo de las escuchas, ya no podrá oír nada. Fue encontrado muerto en su domicilio, pero no se conocen las causas.

La Policía la califica de «inexplicable, aunque no sospechosa». El intrépido periodista era un experto en el mundo del espectáculo, antes de convertirse en protagonista. Ahora le acusan de drogata y sus más infieles amigos cuentan que su desayuno habitual «era una raya de cocaína y un Jack Daniel’s». Se buscó la ruina por buscar un titular y como ya no le pueden hacer nada le han hecho la autopsia.

Otro informe forense que está circulando ahora, quizá para demostrar que la muerte no se rige por calendarios, es el de Salvador Allende, asesinado en el Palacio de la Moneda en 1973. Confirma que el legítimo presidente de la República de Chile se suicidó disparándose bajo el mentón. Prefirió ese final a caer en manos de Pinochet, al que conocía. Si se resuelve definitivamente esa muerte habrá que indagar otras, quizá menos enigmáticas: las de Eduardo Frei y Pablo Neruda. Al primero lo conocí solo de vista, pero con el gran Neruda «me conversé» más de una botella. Quizás a ningún poeta contemporáneo haya admirado más.

Pablo amaba y cantaba la vida. Nada hacía sospechar que tuviera proyectos de abandonarla y por eso se sospecha que fue envenenado cuando estaba en una clínica, dos semanas después del golpe de estado. Se considera buena, aunque mejorable, a una Policía que descubre un elevado número de autores de asesinato. No entran en el cómputo los crímenes políticos que se achacan a enfermedades. Los difuntos no hablan, pero los forenses tienen la última palabra.