ECCE HOMO
Actualizado:Francisco Camps se ofreció en sacrificio para mayor gloria de su líder. Agotado todo margen de resistencia, arrojó la toalla, lamentablemente, con años de retraso. Puso así punto y final a su calvario político, a sabiendas de que todavía le aguarda el Gólgota judicial. Aunque tuvo la tentación de rendirse ante la envenenada oferta de Rajoy que le dio la posibilidad de elegir entre el oprobio o la muerte, finalmente decidió morir. Optó por sentarse en el banquillo para reivindicar su inocencia y la vigencia de su condición de 'Molt Honorable'. Prefirió honra sin barcos y dejó el poder. Demasiado tarde. Ahora no tiene ni lo uno ni lo otro.
Solo alguien con una errada percepción de la realidad puede anunciar su dimisión con esa sonrisa beatífica, una mueca que compone en público desde que inició su particular 'vía crucis'. Ayer vimos a Rita Barberá ejercer de efusiva María Magdalena y cualquiera podrá equiparar a Trillo -oficiante y testigo- con el apóstol que prefiera. Lo más verosímil es que Camps se identifica con la víctima propiciatoria de una lapidación pública de «infamias e insidias», orquestada por los herejes de la oposición y los traidores de los medios de comunicación. Cabe preguntarse cómo y por qué llegó a sentirse cual 'ecce homo', salpicado de salivazos mediáticos, coronado de espinas judiciales y arrastrando esa pesada cruz, tan solo por haber cometido la torpeza de tener un 'amiguito' bastante golfo, que lo manejó como a un pelele con el señuelo de unos vulgares trajes y la intención de beneficiarse de un trato de favor. Sería oportuno averiguar qué malos pensamientos le llevaron a sentirse invulnerable e imbuido de la gracia divina, sin darse cuenta de que al mentir para salir del fango acabaría por hundirse en él.
Sin duda, las respuestas habrán de explorarse en la personalidad y una atenta observación de la condición humana del 'expresident'. Seguro que la explicación no es ajena a su fanático misticismo, derivado de su extrema religiosidad y una equivocada sublimación del sacrificio. Sorprende que persona tan devota prefiera acumular y cargar con la leña para su sacrificio -como hizo Isaac, hijo de Abraham- en lugar de practicar la humildad y el dolor de contrición tras confesar sus faltas. Lo peor, el pecado de soberbia al haberse endiosado, sentirse superior a todos y, cuando es cogido en falta, mentir al pueblo que le entregó su confianza haciéndose pasar por víctima.