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opinión

El Poder electrónico

Manuel Alcántara
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Por mucho que haya adelgazado últimamente, Hugo Chávez no tiene la menor prisa en dejar «un hueco difícil de llenar». Su desaparición sería lamentada en esos llorosos términos por los más cercanos y los más adictos. De ningún modo la podemos desear los que estamos lejos, aunque no le profesamos una admiración sin límites. Ojalá se reponga, pero lo que nos extraña es que el gran patriota no confíe en las instituciones sanitarias de su patria. Venezuela es un gran país que puede ser más grande. Lo comprobé cuando anduve por el Táchira, hace muchos años, pero no tantos para olvidar ni su belleza ni su mal repartida riqueza.

Cuando Chávez se puso malo, antes de ponerse peor, lo primero que hizo fue irse a Cuba. Después se habló de que se iría a Brasil, al mismo lujoso hospital que trató con éxito a la presidenta Dilma Rousseff y al mandatario paraguayo Fernando Lugo. Es verdad que la palabra cáncer ya no es sinónimo de muerte. Depende de si la estocada está en su sitio y el paciente en buenas manos. Mucha gente se salva. Del mismo modo que otra mucha sucumbe a las consecuencias de una enfermedad benigna. Nuestra vida pende de un hilo y no sabemos dónde está la madeja. Ahora, el presidente venezolano ha regresado a La Habana en busca del misterioso ovillo.

Se conoce que se encuentra mejor en cualquier parte que en su casa, pero se va con todos los hilos del poder. Gracias a la electrónica, el animoso y anacrónico caudillo podrá delegar parte de su mando en su equipo de Gobierno. Promulgará decretos y los firmará entre sesiones de quimioterapia.

Lourdes no estaba en Sao Paulo sino en Cuba, donde está «totalmente garantizada la seguridad». El vicepresidente ejecutivo, Elías Jaua, lo controlará todo, a condición de que las órdenes vengan firmadas. Los autógrafos serán digitales. Ojalá el absceso pélvico fuera tan obediente.