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Canadá inventó el hockey sobre hielo, y eso se palpa en las calles de Vancouver siempre que hay partido. / Archivo
Ruta por el pacífico verde

Metamorfosis en el paraíso

Toda la amabilidad de Vancouver encuentra su lado oscuro en el hockey, la Biblia que les une

MERCEDES GALLEGO
VANCOUVERActualizado:

El destino ha querido que el periplo de esta corresponsal tropiece con la final de la Copa Stanley, que viene a ser como la Eurocopa del fútbol. Solo que aquí, en Canadá, el país que inventó el hockey sobre hielo, se juega más que un deporte. Boston le disputa a Vancouver el título con jugadores canadienses.

Cuando la masa se echa a la calle blandiendo banderas con pintadas de guerra la tensión se corta a cuchillo. En el Ayuntamiento la concejala de Planeación y Medio Ambiente, Andrea Reimer, está encantada con que el pueblo haga uso de las plazas públicas, donde se televisa el partido para los que no han podido pagar 2.000 dólares por entrar en el estadio, pero a esta servidora se le atraganta la comida tres horas antes de que salga el tren. «Mejor me la pone para llevar». Y con la bolsa de papel en la mano toca sortear a la muchedumbre para llegar hasta el hotel. La tragedia se huele en el aire.

Nada, ni un taxi disponible. La recepcionista del hotel se pasa casi una hora al teléfono hasta que no queda más remedio que lanzarse a por el transporte público. Lo peor no será navegar las calles con el equipaje sino encontrar hueco en uno de los trenes atiborrados. Afortunadamente la maquinaria del Ayuntamiento está bien engrasada y se suceden sin descanso. Al tercero va el vencido, de este no pasa, aunque sea a empujones. El último tramo de calle hasta la estación, ya lejos del estadio, vuelve a ser el Vancouver de cada día, entre puestos del mercado de granjeros.

En la Central Pacífico, Amtrak, la compañía ferroviaria de EE UU, tiene otra sorpresa. El tren no es un tren, sino un autobús, y su conductor recibe con un gruñido a los escasos pasajeros que se disponen a viajar a la hora del partido. Cuando por fin se le saca algo de conversación, aflora su amargura. «Hoy era mi día libre, yo tenía que estar viendo el partido», protesta. «¿Y qué pasó?», se le pregunta –el viaje es largo, mejor que se desahogue y nos hagamos amigos–. «¡Que el otro tipo fue más listo que yo y llamó para decir que estaba enfermo!». Y así, con unos cuantos gruñidos más, dejamos atrás la ciudad en llamas, literalmente.

«Los canadienses podemos perder en todo, ¡menos en hockey! Eso es una tragedia nacional», anuncia fúnebre el conductor cuando el 4-0 sentencia la final.

Altavoces y porras

Las cien mil personas que expresan su frustración con menos ladridos y más violencia acaban prendiendo fuego a los coches y a la oficina de correos. Al principio la Policía no saca la porra, sino los altavoces. «¡Id a casa, estáis avergonzando a la ciudad de Vancouver», gritan los agentes, con un discurso que en cualquier otra parte del mundo hubiera desatado a risa. «¡Dejad de destruir vuestra ciudad!». A estas horas Andrea Reimer, con su pasión por devolver a la gente los espacios públicos, debe tener el corazón roto viendo esos destrozos, ahora que sus años de punkie y de vagabunda son cosas del pasado. La Policía empuja a las masas e intenta disuadir a los más enfurecidos, pero tarda en sacar los gases lacrimógenos y otras armas de guardar. Al final los que saldrán retratados en las portadas de los periódicos de todo el mundo serán los fanáticos cabreados, dando alaridos sobre los coches en llamas. Como el 28-M la foto mundial fue para los Mossos de Esquadra de Barcelona pegando a minusválidos en sillas de ruedas. Cada cual se labra su reputación.

Y entre medias, la del amor, una pareja besándose en el suelo rodeada por el caos. En Vancouver los vándalos han tenido que enfrentarse a la vergüenza pública de toda la ciudad y han quedado señalados para siempre por sus propios vecinos. A más de un chaval el padre lo ha llevado de la oreja ante las cámaras para pedir perdón. No se ha hablado de otra cosa en dos semanas. De eso, y de la pareja que cambió la llama de los cóctel molotov por la de la pasión... en teoría. Al parecer, la auténtica versión es que ella recibió un golpe en la cabeza y su novio la socorrió. En cualquier caso, su foto ha dado la vuelta al mundo con un mensaje inmune al tiempo que siempre merece ser recordado: Haz el amor y no la guerra.