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El otro 'Dragon Rapide'

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Ahora que se cumplen 75 años, en alguna televisión han vuelto a pasar la película. En ella, el comunista Juan Diego interpreta al dictador (¿pero de veras alguien duda de que lo fue?) Francisco Franco Bahamonde, en la crucial aventura aérea que lo llevó desde Canarias hasta Tetuán para encabezar allí la rebe-lión militar contra la Segunda República. Aunque llamarle a aquello aventura quizá sea una licencia poética. Es bien sabido, por testigos directos, que el general, que viajaba vestido de civil, se tomó su tiempo en cubrir las etapas de aquel recorrido, y que aún sobre el aeródromo tetuaní de Sania Ramel le pidió al piloto que diera un par de vueltas, hasta que identificó en la pista a un par de jefes señaladamente alineados con el alzamiento.

'Dragon Rapide' se llama la película, como el modelo de avión bimotor, fabricado por la empresa De Havilland, que transportó al futuro jefe de Estado. Pero en aquella misma fecha hubo otro vuelo, también en un 'Dragon Rapide', si bien éste no era, como el de Franco, un aparato civil alquilado para la ocasión, sino uno de los ejemplares que poseía la aeronáutica militar de la República y que tenían su base en Getafe. A bordo de aquel otro 'Dragon Rapide' iba también un general, Miguel Núñez de Prado y Susbielas, veterano de las campañas africanas como Franco (a quien tuvo incluso como subordinado, en la campaña del Rif de 1921) pero situado en el campo contrario, esto es, el de la lealtad al Gobierno legalmente constituido. La suya es la peripecia, por lo común trágica, de esos otros militares a los que no se evoca nunca los 18 de julio. Porque en esa fecha no se sublevó el Ejército, como suele simplificarse, sino una parte de él. Ni siquiera, así lo prueba el perfil de Núñez de Prado, lo hicieron todos los llamados militares africanistas. Y desde luego, muy pocos que pudieran exhibir más que él aquella particular credencial.

Núñez de Prado no iba vestido de civil, sino con su uniforme reglamentario. Era el máximo responsable de la aeronáutica republicana, y acababa de encomendársele la misión de asegurar la lealtad al Gobierno de la división orgánica con sede en Zaragoza, mandada por su viejo compañero, de campañas africanas y de afiliación masónica, el general Miguel Cabanellas Ferrer. En la confianza de que la amistad entre ambos le ayudaría a disuadir al colega de seguir a los rebeldes, se presentó en aquel 'Dragon Rapide' en Zaragoza. Pero Cabanellas ya estaba comprometido con el alzamiento, y sin dejarse ablandar mandó prender a Núñez de Prado y lo envió a Pamplona, donde cayó en manos del general Emilio Mola, el autodenominado 'Director' y cerebro de la sublevación. Éste le aplicó la receta que había prescrito para los tibios: ninguna piedad y pelotón de fusilamiento.

Setenta y cinco años después, merece que se le recuerde.