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El avispón rosa

Un parapente con paparazzi se cuela en la boda blindada de Carla Goyanes

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No hace falta esperar cincuenta años. A los cinco minutos de casarte ya puedes celebrar tus bodas de oro. Es lo que ha hecho Carla Goyanes este sábado en Marbella. La suya ha sido una auténtica boda de oro. Y no solo porque en ella hubiera invitados de muchos quilates (entre ellos, los joyeros Suárez) sino sobre todo por la suculenta suma que le han facturado los novios a la Biblia del cuché. ¿Que no quieres exclusiva...? Taza y media. Carla, la hija menor de Carlos Goyanes y Cary Lapique, se ha casado con el joven financiero Jorge Benguría Astorqui, de ascendencia vasca y probablemente una versión actualizada y adaptada a los tiempos que corren (terribles) del clásico señor de Bilbao. Al pobre, menos Ben Gurión, le han llamado de todo: Benyutía, Berungia (descendiente del imperio carolingio, supongo), Bienrugía, Belzundia y, si te descuidas, hasta Wenceslao... Como poseedora yo también de un largo y por lo visto complicado apellido vasco, me hago cargo de la cruz que soporta este chico cada vez que le preguntan ¿Bengu... qué? Sin embargo, en Miami, ciudad donde la pareja tiene previsto instalarse por motivos de trabajo, seguro que lo captan a la primera si lo pronuncia en inglés. 'Fiurandarina' (versión semianglosajonizada de Furundarena) resulta infalible. No hace falta ni deletrearlo. Pero a lo que vamos, la boda resultó perfecta, aseguran los asistentes. Y, por supuesto, no hay boda perfecta sin infiltrados. Normalmente se te cuelan por la retaguardia (siempre hay alguna canapera o canapero que jura ser pariente del novio), pero aquí estamos hablando de una boda de altos vuelos, una fiesta completamente blindada porque hay que protegerse del cuñado o de esa prima (de riesgo) que introduce de estrangis la 'blackberry' y te fusila a traición el modelazo nupcial de Rosa Clará. En un acontecimiento así el intento de invasión es por tierra, mar y aire. Y aquí hubo un parapente motorizado, con paparazzi a bordo, que sobrevoló el banquete cual insidioso mosquito del dengue. No sé qué calidad de fotos habrá obtenido el del teleobjetivo, pero me temo que en el pecado (¡P'haberse matao!) ha llevado el pobre la penitencia. Ese fotero tratando de sacar desesperada tajada del jugoso pastel que ha supuesto este enlace en términos económicos me parece la metáfora perfecta de los tiempos que corren, solo que en sentido inverso, porque aquí los potentados (Fernández Tapias, Isidoro Álvarez...) estaban abajo y, arriba, el 'indignado', tratando de amargarles el festín. Es lo que hay. Al fin y al cabo, los novios, con ser ambos hijos de buena familia, también han ido a hacer negocio. Y no les culpo. A mí, desde que he visto al reputado intelectual, jurista, economista y divulgador científico Eduardo Punset anunciando pan de molde por la tele, ya no me sorprende nada.