GEOGRAFÍA DEL REGALO
Actualizado:Puede decirse, sin faltar a la verdad, a la que lo único que le falta es hablar, que los obsequios a los políticos han atravesado una época esplendorosa. Ciertamente son distintos en su generosidad, pero no en su intención, y además han venido siendo comunes en todas las comunidades. Lo que en los grandes almacenes llaman «la elegancia social del regalo» ha batido su propia plusmarca. ¿Qué diferencia una atención de un soborno? Si alguien tiene un 'detalle' con una persona, simplemente porque le cae bien, está en su derecho pero si espera que le caiga algo posteriormente su dadivosidad se transforma en inversión.
Habría que precisar hasta qué punto es una delicadeza regalarle un reloj de oro a un consejero de infraestructuras o a la señora esposa de un constructor. Quizá la ministra Elena Salgado pueda todavía corregir algo la situación si limita los sueldos de los banqueros y la guerra de depósitos porque lo que nos ha pasado es que el dinero corría que se las pelaba. Tanto que le hemos perdido de vista. Cuando todo iba muy bien y daba igual ocho que ochenta, la virtud del desprendimiento tenía más adictos. Disminuyeron en la misma medida que fueron mermando las desproporcionadas ganancias y ahora hay gente que a los poderosos sólo les regala el oído.
Habría que establecer un tratado de límites. Regalarle a alguien un jamón de Guijuelo o de Jabugo, a condición de que no sea vegetariano ni ayatolá, es algo que quizá no deba incluirse en la categoría de soborno. De todas maneras, lo más curioso de la geografía y de la historia de los regalos está íntimamente ligado al suelo urbanizable. Somos tan cutres que nos escandalizamos más por cuatro trajes que por cuatrocientas hectáreas y le dedicamos más tiempo a inspeccionar a los corruptos que a los corruptores.
Para corromper a alguien, aparte de que se deje, se necesita que le hagan falta unas monedas, pero los corruptores buscan acrecentar las que ya tienen.